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En Busca de Sirius: Las Puertas de DoorVille Capítulo XXXI "El Escape"

Capítulo XXXI


El Escape


—Papá, ¿qué te sucede?

—¡Mika, Vámonos! – Michael había abierto la puerta del ático y llamaba con presura a su hermana.

—Pero… ¿cómo?, es de día…

El hombre lobo se reincorporó y cuando Mika vio que tenía la intención de atacarla pegó un grito desgarrador. Michael la jaló por el brazo y cerró la gran puerta del ático.

Bajaron corriendo las escaleras de caracol y al llegar abajo, se estremecieron al notar que todas las puertas y ventanas estaban cerradas.

—¡Vamos, por la cocina! – le dijo Michael a su hermana apresurándola pues escuchaba los golpes que el lobo le estaba dando a la puerta tratando de salir.

Se aliviaron al poder abrir la puerta de la cocina y después de salir, corrieron en dirección al bosque.

—Michael, ¿cómo sucedió esto? – le preguntó Mika entre jadeos por el cansancio que le provocaba el correr tan rápido.

Michael le hizo una seña con las manos, dándole a entender que luego le explicaría.

Cuando ya estaban muy lejos de la mansión se detuvieron y Michael le dijo a su hermana:

—Los cazadores, querían que papá nos matara.

Mika lo miró sorprendida.

—No nos perdonan el que tratáramos de escapar, estoy seguro de que insertaron miedo en todas las personas y sabes a lo que todos ellos le temen estando en este lugar…

—A nuestro padre–— dijo Mika suavemente.

—Debemos escondernos, hacer que crean que morimos ahí dentro en la mansión, así dejarán de buscarnos. Si no lo hacemos, serán capaces de cualquier barbaridad.

Mika asintió con la cabeza.

—¿Recuerdas aquella playa a la que íbamos con mamá?- continuó Michael.

—Sí, claro.

-—A nadie le gusta ir para allá, ahí debemos quedarnos hasta que todo acabe.

-—Si es que acaba… - dijo Mika pesimista.

-—Tranquila, debemos creer que pronto todo pasará.

La noche duró mucho tiempo, los cazadores en verdad habían dejado temerosos a todos en el pueblo.

Cuando por fin salió el sol, el señor Robertson buscó con desesperación a sus hijos por toda la Mansión. No quería pensar lo peor, pero lo último que recordaba era la voz de su hija diciéndole “no te volveré a dejar”.

En verdad esperaba que sí lo hubiera dejado.

Lo único que lo hacía tener esperanzas es que no había rastros de sangre en el piso. Seguro sus hijos habían logrado escapar.

 
 
 

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