En Busca de Sirius: Las Puertas de DoorVille capítulo XXX Logrando el Objetivo
- rafaelaescribe
- 3 mar 2020
- 6 Min. de lectura
XXX
Logrando el Objetivo
Sebastián estaba sentado al lado del señor Robertson, parecía que no se hubieran movido desde que los habían dejado ahí. Hasta que la puerta de la mansión se abrió de golpe:
—¡¡¡Llegó la hora de salir de aquí!!!
Era Massimo, quien había entrado repentinamente y los estaba animando a irse con él hasta el pueblo.
—¿Cómo, no me puedo ir? Esa gente me odia, me matarán.
—Nadie va a matarlo y no lo odian, sólo le tienen miedo y eso es lo que quiero que despierte en ellos, miedo.
El señor Robertson no entendía lo que Massimo decía y Sebastiá, quien estaba tan perplejo como él, le preguntó al chico:
—¿Dónde estabas? ¿Y qué ideas son estas que tienes en la cabeza?
—Tengo la clave para acabar con todo esto, necesito que el señor Robertson venga conmigo hasta el pueblo ahora mismo.
El viejo no estaba convencido de lo que Massimo decía, pero se veía muy seguro de sí y era la única persona interesada en ayudarlo.
Aún con dudas y con miedo de lo que pudiera pasar, Adam se levantó y salió con Massimo.
—¿Podrías explicarme lo que planeas? – preguntaba Adam quien estaba muy nervioso por lo que pudiera ocurrir.
—Como le dije, quiero que la gente cuando lo vea, comience a tener miedo, después todo vendrá solo.
Ya Massimo conocía muy bien esa colina, la había subido y bajado unas cuantas veces en poco tiempo. Esta vez se le hizo más corto el camino y cuando llegaron al pueblo le dijo a Adam:
—Camine siempre delante de mí, por favor.
Adam esperaba que la gente no lo reconociera, había pasado frente a varias personas conocidas y no habían siquiera volteado a verlo, se estaba sintiendo más seguro, no lo reconocían, se sentía libre.
Llegaron al centro del pueblo, donde se encontraban casi todas las personas. Massimo le pidió al señor Robertson que se detuviera y cuando lo hizo…
-¡¡¡Este hombre que ven aquí es Adam Robertson!!!- Massimo dijo esto alzando la voz con todas sus fuerzaz, su obejetivo, el que todos lo escucharan, se cumplió.
La gente miró hacia donde se encontraba el hombre e inmediatamente las caras cambiaron de expresión, dejando las sonrisas por el asombro, a la vez que iniciaban una agolpada carrera acompañada de gritos de pánico.
----¡¡¡Él es Adam Robertson!!! – continuó gritando Massimo.
Adam quedó perplejo, no entendía lo que Massimo estaba haciendo.
Las personas no se detenían, pronto fue una reacción en cadena, todas las personas buscaron esconderse en donde pudieran resguardarse.
—¿Qué haces? — le preguntó Adam molesto.
—¡Mira al cielo!– le ordenó el chico.
Adam, sin entender, miró hacia el cielo y vio cómo poco a poco se iba oscureciendo y el sol se ocultaba dándole paso a una gran luna llena.
-—¡NO!, ¡esto no es posible!, ¿cómo me traes al pueblo cuando sabías que esto iba a pasar?--- el viejo Robertson, estaba perplejo, no podía creer que el chico lo hubiera podido traicionar. Su corazón comenzó a palpitar como si fuera el de un pequeño colibrí. Desesperado, se tiró al suelo y comenzó a llorar, esperando lo peor.
----Sé que aún no me cree, pero le digo que es la única manera de dejar todo esto atrás.
-—¿Cómo? ¿Matando a todo el pueblo?--- gritó el hombre mirando con rabia al joven muchacho.
Massimo no le prestó atención, sólo revisó su bolsillo y tomó con fuerza la parte del amuleto del lobo que él conservaba.
Pronto en el pueblo se hizo de noche, una noche de luna llena, el señor Robertson trató de huir hacia su mansión, pero Massimo lo amenazó con la espada.
-—Usted no va a ningún lado, le digo que tiene que confiar en mí, por favor, quédese aquí, transfórmese aquí delante de todos, nada malo pasará.
Todos miraban por las ventanas de sus casas, de las tiendas, o de donde sea que estuvieran. Adam se transformaba en medio del pueblo.
Su cuerpo comenzó a deformarse, primero, sus extremidades, convirtiendo sus manos en horribles y retorcidas garras y sus piernas en enormes y peludas patas. Su cara se transfiguró por completo mientras el pobre hombre pasaba de dar terribles gritos de dolor a emitir horribles gruñidos y aullidos. La ropa, completamente desgarrada, cubría parte de su cuerpo ahora grande, forzudo, peludo y monstruoso.
La bestia, como recordando la rabia que había sentido el hombre hacia el muchacho, se abalanzó de inmediato hacia él. Massimo, sintió que su corazón le daba un vuelco, de repente, su idea dejaba de parecer una buena idea y sintió la necesidad de correr y escapar igual que todos los del pueblo, pero una fuerza más grande lo obligó a quedarse, lo obligó a enfrentarse a ese nuevo miedo. Sabía que solo había una salida y en sus manos estaba el resolver todo ese caos.
Sin dejar de empuñar con una mano su espada y con la otra el amuleto, se enfrentó a la bestia.
----No eres malo, nunca has sido una bestia, todo va a pasar. ¡¡¡Aaaaahhhh!!!--- sintió que ahora era él el que estaba convertido en bestia, se sentía fuerte, poderoso, no estaba seguro de dónde había salido toda esa fuerza, pero estaba seguro de poder cumplir su cometido. Pudo derrumbar al hombre lobo, se montó sobre su espalda y con toda su fuerza le clavó el amuleto.
Una extraña luz salió de la espalda del lobo, y el pedazo de amuleto que tenía clavado en ella, salió y se unió a la parte que Massimo tenía en su mano.
El muchacho se lanzó al suelo y el lobo cayó boca abajo golpeando su cara contra el piso de la calle. Las personas que miraban asombradas lo que pasaba comenzaron a salir. El señor Robertson se transformó de a poco en hombre y del cielo se apartó la luna y el sol salió de nuevo.
Todos reían sin entender muy bien por qué lo hacían y cuando Adam reaccionó, corrió a abrazar a Massimo dejando caer lágrimas y más lágrimas de alegría.
—Ya todo acabó —dijo Massimo.
Una puerta brillante y gigantesca apareció en la plaza del pueblo. El chico comorendió que el portal se había abierto, todos podrían regresar a la realidad.
Massimo guió a todos hacia ella y a medida que iban entrando el pueblo nacido del miedo se iba desvaneciendo.
Amaru, Rosa y todos los que ahí esperaban se llenaron de alegría al ver que Massimo había logrado el objetivo. No sabían cómo lo había hecho, pero lo hizo.
Adam vio a su esposa y aún con los ojos empapados de lágrimas la abrazó.
Mientras se abrazaban, Brigitte le dijo entre sollozos:
—No sé nada de nuestros hijos.
Adam, separándose un poco de su esposa y mirándole a los ojos le dijo:
—Debo confesarte que yo supe de ellos…
Brigitte lo miró emocionada, luego Adam continuó:
—Estuvieron conmigo… pero después… después tuvieron que irse y no sé qué suerte habrán tenido.
Los amigos se miraron y con tristeza Amaru dijo:
—Las penas no se han acabado para esta gente.
En ese momento no había quien no llorara, algunos lloraban de alegría al saber que la pesadilla había acabado, otros de tristeza al ver su pueblo destruido y abandonado, Massimo sentía impotencia, quería hacer que esas personas lograran vivir de nuevo sus vidas como lo hubieran hecho si Rail y Verónica no se hubieran aparecido.
No se sentiría bien dejándolos ahí con todo ese dolor, pero no había nada que pudiera hacer.
Miró al cielo, como si esperara descubrir cómo cambiar las cosas, pero sólo vio una estrella…
— ¿Una estrella en la mañana? – se preguntó en voz alta.
—¿Qué estrella? – quiso saber Rosa mientras alzaba la mirada para tratar de ver lo mismo que veía Massimo; luego se unieron Amaru, Antonio, Amato y Daniel, pero sin lograr ver nada.
—¡Es muy brillante esa estrella!— decía Massimo.
Los amigos se miraron extrañados.
—¿Crees que sea Sirius?— le preguntó a Rosa.
Ella, sonriendo, le respondió:
—Probablemente, aunque, sólo tú puedes verla, yo en verdad no veo más que nubes en cielo.
—¿Crees que esto sea todo?—volvió a preguntar Massimo.
—No, no creo que sea todo. – le respondió esta vez Amaru.
—Ojalá pudieras hacer que todas estas personas vivieran como se lo merecían.- dijo Massimo mirando a la estrella.
Rosa lo miró y le sonrió.
—¡Qué bonito deseo! y muy justo, que “vivieran como se lo merecían”
-Sí – dijo Massimo – pero que lástima que no se puede cumplir.
Miraron hacia el brillante portal, parecía que estaba a punto de cerrarse, cuando dos últimas personas cruzaron por él.
Lucían andrajosos pero se veían particularmente felices y parecían estar buscando a alguien, pues alzaban la mirada por entre la multitud, viendo hacia todos lados.




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