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En Busca de Sirius: Las Puertas de DoorVille

Capítulo VI

Los Habitantes Nocturnos del Bosque

El hermoso bosque ahora se veía lóbrego y oscuro, la plateada luz de la luna hacía que los únicos tonos que se distinguieran fueran los grisáceos y negros. Mientras las hadas caminaban por el oscuro bosque lograron divisar una figura que venía en dirección a ellas, también parecía un hada pero a diferencia de ellas no tenía bellas y brillantes alas, más bien tenía unas grandes y negras alas de murciélago, y en su cabeza unos pequeños cuernos parecidos a los de las cabras, aquella figura era la de una Sinzienele, una malvada hada nocturna.

—¡Hola queridas amigas!- dijo con tono despreciable - ¿Qué se supone que hacen aquí cuatro lindas y tiernas haditas a estas horas de la noche?

—Amaru, ¿Qué quieres?, déjanos caminar en paz- dijo Abatwa tratando de evadir a Amaru que se estaba acercando a ella observándola de arriba abajo.

—Tranquila linda Abatwa, sólo les estoy haciendo una pregunta, no todas las noches tengo el placer de encontrarme con seres tan amigables como ustedes... Saben que en la noche pueden conseguir muchos espectros y seres malignos por estos oscuros senderos.

Mientras decía estas palabras, Amaru rodeaba a las cuatro hadas como lo hubiera hecho un hambriento y feroz lobo.

—Nosotras sabemos lo que se puede encontrar aquí en la noche, pero hemos venido a recoger unas cuantas flores de manzanilla y un poco de frutas de silvestres, tenemos ganas de una hora del té nocturna.- Mintió Breena, aunque no fue muy convincente por el nervioso tono de su voz.

—Con que una hora del té nocturna eh?… Eso es algo nuevo… ¿No será que están aquí en busca de unas cuantas armas que repentinamente cayeron del cielo?

A Amaru se le dibujó una maligna sonrisa un sus labios y las hadas se pusieron muy nerviosas

—Parece ser que el elegido por Sirius ha llegado al bosque encantado—agregó mientras enrollaba su rojizo cabello entre sus dedos —pero no creo que esté muy bien preparado. Ahora menos cuando ha perdido su armamento… —soltó una fuerte carcajada y agregó:

—Esos tontos duendes salieron con suerte, pues ellos encontraron todas las valiosas armas de Zeus.

Al escuchar estás palabras, Breena, Ella, Rosa y Abatwa se encogieron de tamaño convirtiéndose en pequeñas haditas y alzaron vuelo para dirigirse a la guarida de los duendes.

—Mejor voy a advertir a mis lindas amigas no se metan en problemas.- Amaru al igual que las otras se encogió de tamaño y voló tras ellas.

Dentro del roble, Massimo comenzaba a desesperarse, pero sabía que debía obedecer a las hadas, pues si algo malo le pasaba, no podría culminar su misión. Entonces vio pasar algo por la ventana y sintió como si su corazón le hubiera dado un brinco; se acercó a la ventana con mucho sigilo para saber de qué se trataba, y que nadie lo viera… Aunque sabía que para poder entrar debían conocer las palabras claves, sentía algo de miedo. No podía dejar de pensar en esos personajes llamados Efialtes.

Agazapado al borde de la ventana, alcanzó a ver un extraño ser de contextura gruesa y encorvado. Aparentemente cubierto de un pelaje oscuro y con grandes y afiladas púas que sobresalían de su lomo. El extraño ser volteó hacia el frente del roble y dejó ver sus ojos de color rojo muy brillante. Emitió un rugido corto mientras mostraba unos horribles colmillos amarillos que chorreaban un espeso líquido rojo y negruzco como la sangre. Sí, era sangre y Massimo se pudo dar cuenta de que aquel extraño animal acababa de comerse a un pobre ciervo.

El joven sintió temor por que algo así pudiera pasarle a las hadas, después de todo ellas salieron de su refugio por él. Creyó necesario salir y esperó a que aquel animal se alejara un poco. A pesar de saber que no ayudaría mucho a las hadas, pensaba que si las encontraba con las armas recuperadas, las podría escoltar de regreso y salvarlas de cualquier peligro que pudieran correr.

Al ver que el animal ya se había alejado lo suficiente, salió del refugio del roble y no tuvo que avanzar demasiado para llevarse un gran susto. Frente a él se apareció un Moor, un horrible animal parecido a un puma con el pelo muy corto de color gris; la bestia tenía en su frente un par de grandes heridas que lo hacían ver aún más espeluznante, pues a través de ellos se veía su cráneo y parecían como pequeños cuernos; sus ojos eran amarillos y luminosos, tenía grandes y filosos dientes y unas patas enormes.

Massimo no podía creer que aquel bosque escondiera criaturas tan temibles. Sólo pensó en alejarse lo más rápido posible del Moor antes de que éste lo viera y se escondió tras un

árbol; sin embargo, el Moor lo pudo oler o al menos eso fue lo que Massimo pensó, pues llegó directo hasta donde él se encontraba. Massimo no podía dejar de mirar los ojos de ese monstruoso animal, sin dejar de mirarlo revisó el suelo con su mano, tratando de conseguir cualquier cosa con la que se pudiera defender. Logró sentir algo puntiagudo, pensó que tal vez sería una rama; la tomó e inmediatamente con toda su fuerza se la clavó en el ojo al gigantesco animal, que lo tenía acorralado contra el árbol. El Moor retrocedió dando un rugido de dolor, Massimo aprovechó el momento para tratar de huir, pero el animal se reincorporó, se abalanzó sobre él y le mordió una pierna; luego trató de morderle el cuello, pero de la nada apareció un gigantesco ogro, que al parecer ni siquiera se dio cuenta de la presencia del pequeño humano, agarró al Moor como si fuera de juguete y le dijo:

—Estúpida bestia, por fin te encuentro, te has devorado todos mis animales y yo muero de hambre… ahora yo te devoraré a ti.

Y el ogro se dio la vuelta y se llevó al Moor. Massimo quedó muy mal herido y ya se sentía avergonzado, no podía creer que en verdad esto estuviera pasando, quiso salir para ayudar a las hadas y sólo consiguió que una bestia lo dejara sin poder movilizarse. Trató de levantarse, pero antes revisó la cosa con la que había atacado al Moor, se quedó perplejo, no lo podía creer, había conseguido una de las armas que le había dado Astrea, era una pequeña daga que parecía estar forjada en oro con pequeños diamantes incrustados.

—Bueno, al menos no fue en vano mi salida, logré conseguir algo importante, pero la verdad, no sé hasta dónde más pueda llegar.

Hizo lo posible por acercarse lo más que pudiera al roble, pero ni siquiera recordaba las palabras que debía decir para poder entrar, había perdido demasiada sangre, sus ojos se fueron cerrando poco a poco, pero antes sintió que alguien se acercaba a él, sin fuerzas para continuar, sólo pudo suspirar y cerrar sus ojos, quedaba en manos del destino, él ya no podía más.

Mirela acababa de transportarse hasta su roble, sin buenas noticias y al notar que Massimo no estaba adentro, salió a buscarlo, lo encontró tirado en el suelo, inconsciente, vio varias sombras alejarse rápidamente del lugar. Mirela supo de qué se trataba. Lo agarró por los brazos y lo arrastró hasta el interior de la guarida, ahí afuera no estaría a salvo.

 
 
 

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