En Busca de Sirius: Las Puertas de DoorVille
- rafaelaescribe
- 28 ago 2019
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 29 ago 2019
Capítulo XXVII
Renace el Rencor
Verónica se sentía muy bien con Adam. Llevaba al menos diez meses en aquel pueblo y el mismo tiempo con él. Ella le había hablado un poco de su pasado, aunque no le había contado su afición por la brujería ni mucho menos de su encuentro con el cazador, pero sí le había confesado que su hermana la había echado de la casa por haber salido a robar, le dijo que lo había hecho porque estaba bajo la influencia de un novio posesivo y manipulador. Le resultaba muy fácil mentir, pero sí era sincera cuando le decía que lo amaba.
Un día mientras subían la montaña para ir a la casa de Adam, ella le preguntó por la cabaña. Adam le pidió al chofer que pararan y así la llevó hasta la cabaña. Él le dijo que estaba abandonada y que en verdad no pertenecía a nadie.
—Entonces, ¿crees que yo podría adoptarla?- preguntó ella.
—¿En serio te gusta?- se extrañó Adam.
—La verdad, si. Y además, lo que gano en la tienda del señor Marco, no me alcanza para pagar todos los gastos. Si viviera aquí, al menos me libraría de pagar la renta y… estuviera mucho más cerca de ti.
Adam sonrió ante esa idea y le dijo:
—Bueno, le diré a mi padre. Estas tierras son de él, así que no creo que alguien venga a reclamar la pequeña cabaña.
Se regresaron al carro y Adam le prometió que la ayudaría a arreglar la cabaña.
Así lo hicieron. La cabaña ahora lucía acogedora y cada vez que Verónica entraba a aquel lugar se sentía parte de él. Ella había guardado el amuleto del lobo y ni siquiera lo había llegado a usar, pues no sentía la necesidad de convertirse en bruja; le había llegado su golpe de suerte: Adam estaba a punto de pedirle matrimonio. Ella lo sabía, pues lo había visto en una tienda comprando un anillo de compromiso. La llenaba de emoción saber que junto a él se convertiría en la heredera de casi todas las tierras de DoorVille y de toda la fortuna del señor James Robertson, el padre de Adam. El día en que Adam le propusiera matrimonio ella llamaría a su hermana y se reconciliarían. Casi se había olvidado del cazador que la había llevado a ese pueblo, pero ella pensaba que si aún no la había buscado era porque entendía que ella no formaría parte de lo que él hiciera. Lo que no sabía, ni se había dado cuenta era que estaba haciendo exactamente lo que el cazador quería.
Como cada día, Verónica estaba en la tienda del señor Marco. Ella era la encargada de la tienda; consiguió ese trabajo gracias a Adam que fue quien la recomendó.
Cierto día, mientras Verónica acomodaba los estantes de la tienda de regalos del señor Marco, una linda joven de cabello castaño y ondulado entró al lugar.
—¡Hola, buenos días! – dijo la joven.
—Buenos días señorita, ¿en qué puedo ayudarla? – preguntó Verónica muy gentilmente.
La chica paseaba su mirada pensativa por todos los objetos de la tienda.
—Quisiera algo, para un regalo, pero no sé qué.
—Bien, pues te ayudo –le dijo Verónica - ¿Para quién es el regalo? ¿Es alguien joven, tal vez un amigo o para algún familiar?
—Sí, bueno, es para un amigo al que tengo mucho tiempo sin ver y quiero... darle una buena impresión… tenemos una historia y me gustaría…
—Ya entiendo,-- dijo Verónica sonriendo -- te gustaría retomarla.
—Sí, eso. Él es especial, nos tuvimos que separar porque fui a estudiar y quedamos en que cuando terminara mis estudios nos volveríamos a ver. Igual siempre nos escribimos, es como si nunca hubiéramos terminado… bueno, de hecho no lo hicimos, yo no he tenido más novios, pues sé que él es el indicado.
La chica lucía emocionada y Verónica se alegró por ella. Le dio algunas recomendaciones y cuando la joven finalmente se decidió, Verónica le envolvió el regalo con un hermoso papel azul y una pequeña tarjeta de las que tienen mensajes de amor.
—¡Te deseo suerte!
—¡Gracias! en verdad, me brindaste gran ayuda.
La muchacha salió de la tienda y Verónica sonrió, sabía lo que era estar enamorada.
Eran las cinco de la tarde y momento de cerrar la tienda. El señor Marco le confiaba ese trabajo a Verónica, pues él debía estar con su familia a esa hora. Cuando Verónica había hecho su trabajo se fue al restaurant del viejo Edward, donde se encontraría con Adam. Una vez allí, se dirigió hasta la mesa donde acostumbraban sentarse, pero... en ese momento no podía creer lo que veían sus ojos... se estremeció... Adam estaba sentado con la misma chica que estuvo aquella tarde en la tienda. La tenía tomada de las manos, en su muñeca llevaba puesto el reloj que ella misma le había recomendado comprar y ambos lucían realmente felices.
Verónica no sabía si debía ir hasta la mesa y alejar de inmediato a aquella chica de su novio o tomárselo con calma y sentarse como si nada muy cerca de Adam. El corazón le retumbaba en el pecho, comenzó a sudar frío, pero decidió calmarse, después de todo, sólo estaban hablando… agarrados de manos, pero hablando.
Lo más seguro es que Adam le hubiera explicado que ya había conocido a alguien y que de ahora en adelante sólo podrían ser amigos. Sí, así sería, Adam no la podía dejar. Verónica respiró profundo y fue hasta la mesa, posó su mano sobre el hombro de Adam y le dijo:
—¡Hola, mi vida!.
La joven miró sorprendida a Verónica. Adam de inmediato se levantó de su asiento y nervioso presentó a las dos chicas.
—Verónica, ella es Brigitte, Brigitte, ella es Verónica, una muy buena amiga.
Al escuchar la manera en la que Adam la había presentado sintió que desmayaba,. No sabía qué decir ni qué hacer. Lo único que pudo decir fue:
—Sí, somos muy buenos amigos. Me voy, es tarde.
Había entendido que su golpe de suerte se había esfumado. Adam nunca la había querido como ella pensaba. Tal vez en verdad nunca había pensado pedirle matrimonio; seguramente el anillo era para Brigitte y ella se había ilusionado como tonta.
Verónica salió corriendo hacia la montaña, las personas que la veían se le acercaban preocupadas y le preguntaban qué le sucedía, pero ella no quería hablar con nadie. Sólo quería ir a su casa y buscar la manera de vengarse. Había perdido casi un año por haberse enamorado. Quiso abandonar el camino oscuro pero la traicionaron. Adam la traicionó igual que su hermana. Viviana le había dicho que siempre estarían juntas y en cambio la botó de su casa y Adam la había engañado, nunca la quiso, él siempre estuvo esperando la llegada de Brigitte.
Llegó jadeando a la cabaña con ganas de llorar, pero sus ojos estaban secos, llenos de rabia y rencor. Buscó el amuleto del lobo y en cuanto lo tuvo en las manos sintió que alguien estaba detrás de ella.
- —Fue difícil, ¿no?— le preguntó Rail, quien se hallaba sentado en un sillón de la cabaña.
Verónica no se sorprendió al verlo.
—¿Qué quieres decir?- preguntó ella volteando para quedar parada frente a él.
—Conseguir de nuevo tu camino. ¿Fue difícil?
—¡Sí!—contestó llena de rabia.
—Este lugar tiene algo,-- continuó el cazador mientras le tomaba la mano y le sonreía macabramente-- algo que le da felicidad a las personas, por eso necesitaste tiempo, pues llena de alegría no podrías lograr tu propósito. Las personas felices muy difícilmente hacen cosas malas. Así que para que pudieras hacer tu tarea, necesitabas ser infeliz partiendo de la felicidad. La verdad, es que así todo es mucho mejor. Te han arrebatado a tu amor, te han quitado lo que te hacía feliz, ahora ya sabes lo que es tenerlo todo y también perderlo... ahora tu corazón guarda mucho más rencor.
—¡Sí! – repitió Verónica quien no sentía nada más que odio.
—Ese amuleto...-- le dijo quitándoselo de las manos-- cuidado con este amuleto. No lo uses, pues te convertirá en un monstruo y no eres tú quien debe convertirse en monstruo.
Verónica seguía de pie y Rail no se levantaba del sillón.
—Debes ir esta noche a su casa y hacer exactamente lo que yo te diga…
Rail le explicó lo que debía hacer y ella sólo asintió con la cabeza. Su voz susurrante era como un cántico para Verónica. Ella comenzó a sentirse calmada y su rabia se transformaba en fuerza.
- —He de decirte que no estarás sola. Nunca has estado sola desde aquella vez que me dijiste que estabas dispuesta a entregarlo todo por el poder. Pues en ese momento, le entregaste todo a la oscuridad y ahora ella te acompaña.
Después de decirle esto le entregó de nuevo el amuleto y desapareció como solía hacerlo. Verónica guardó el amuleto en su bolso y decidió ir subiendo de una vez a la mansión Robertson para hacer lo que Rail le había dicho.
Las verjas de la mansión estaban abiertas, como siempre solían dejarlas, Verónica tocó la puerta de entrada y le abrió el ama de llaves.
—¡Señorita Verónica!
—Hola Hilda, ¿Adam está aquí?
—Si claro, ya se lo llamo. Pero pase por favor.
—No, lo esperaré aquí.
—Como usted desee.
La señora Hilda fue a buscar a Adam, mientras Verónica registraba su bolso para tener a mano el amuleto. Se dio vuelta y contempló el hermoso jardín de la mansión Robertson. ¿Cuántas veces pensó que todo eso sería de ella alguna vez? y cada vez que se sentaba con Adam al pie del jacarandá, el árbol más bello del jardín, se imaginaba que así sería su vida, siempre feliz al lado de ese hombre maravilloso. Pero ahora sabía que no lo era. No, simplemente era un mentiroso.
—Verónica, te fuiste sin dejar que te explicara -dijo Adam tomándola por el hombro.
Ella volteó y le dijo:
—Tranquilo, ella ya me había contado todo y créeme, está bien, todos tenemos derecho a decidir con quién estar.
—Pero, cómo es que…— Adam lucía confundido.
—No te preocupes, yo entiendo. Sólo quería despedirme.
—Verónica, en verdad eres especial para mí, yo no quise…
—Por favor Adam, quiero darte un abrazo y no escuchar palabras tontas. Sé que la estabas esperando y eso está bien. No quiero interponerme entre ustedes dos.
Adam la miró extrañado, no podía creer que en verdad ella se lo estuviera tomando tan a la ligera, pero entendió que no quería hablar. Ciertamente solo había ido a despedirse. Adam la abrazó; ella suspiró al sentir el aroma de su perfume, casi sentía que no debía hacer lo que Rail le había dicho. Él la estaba abrazando tan fuertemente, como si nada hubiera pasado… tal vez se había dado cuenta de que era con ella con quien debía estar.
—Perdóname. Sé que serás feliz junto a alguien más.
Un frío gélido la recorrió por dentro. Quizá si él no hubiera hablado,quizá si no hubiera dicho nada... quizás, ella se hubiera marchado sin haber hecho nada, pero al oír esas palabras… sabía que en verdad todo se había acabado, él no estaba dispuesto a hacer nada por ella, sólo quería su perdón para poder seguir con su vida.
Verónica no estaba dispuesta a simplemente perdonarlo.¡No! Él merecía una pena inmensa, por haberla traicionado.
Sin dejar de abrazarlo empuñó con fuerza el amuleto y como si fuera una estaca, lo atravesó en su espalda. El joven la soltó bruscamente y dio dos pasos hacia atrás. No sabía lo que había pasado, se sintió mareado y comenzó a respirar con dificultad. Verónica soltó una sonrisa malévola y Adam aún sin entender lo que pasaba se fue alejando de ella.
—Tú también eras especial para mí. Pero eso no te importó. Tranquilo, sé feliz con tu...Brigitte.
Verónica se fue. Adam cerró con la espalda la puerta de entrada y se deslizó por ella hasta quedar sentado en el piso.
El dolor y el malestar desaparecieron y luego ni siquiera recordaba por qué razón estaba ahí sentado. Sentía ardor en la espalda, se tocó y notó que la camisa estaba rasgada. Pensó que tal vez en algún momento se rasguñó con la rama de un árbol o algo parecido. Recordó a Verónica, se acordó de que había ido a despedirse de él y sintió remordimiento… en verdad había jugado con ella y no se lo merecía.




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