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En Busca de Sirius: Las Puertas de DoorVille

Capítulo XXV


La historia de Verónica


Llamaron a la puerta.

—¡Un momento por favor!- gritó Viviana desde la cocina.

—¡NO!, por favor, no vayas a abrir. –le suplicó su hermana en susurros.

—Pero, ¿qué te pasa?- preguntó Viviana intrigada.

—Es… es la policía.- dijo Verónica apenada.

—¿Cómo? ¿Por qué?

—Sólo… no abras la puerta, o al menos distráelos un poco, dame tiempo… Por favor, soy tu hermana.

Viviana no entendía nada, pero no podía entregar a su hermana a la policía, sea por la razón que fuera. La chica corrió hasta la entrada, respiró profundo, cambió su expresión nerviosa por una sonrisa y abrió la puerta.

- —Sí, buen día. ¿Qué desean?

Los policías la miraron dudosos.

—¿Es usted Verónica Hunt?

—Pues ella es mi hermana, yo soy Viviana.

—Tienen un gran parecido, ¿segura de que usted no es la señorita Verónica?

—Sí, estoy muy segura de mi identidad, mas entiendo su duda… somos gemelas.

—Oh, entiendo. Bueno, tenemos una orden de arresto en contra de su hermana y usted también tendrá que acompañarnos a la comisaría; entiende que debemos tomarle sus huellas para verificar que, en verdad, no es nuestra sospechosa.

Viviana sintió que desmayaba.

—Discúlpenme, pero me temo que debo preguntar, ¿por qué se supone que tiene una orden en contra de mi hermana?… ¿Qué creen que hizo?

—Señorita, permítanos entrar o tendremos que arrestarla por interponerse en nuestro trabajo investigativo.

La joven les permitió el paso a los oficiales y sostuvo la respiración dejando caer lágrimas; éstas eran una mezcla de rabia, decepción, impotencia e incertidumbre.

Aún no sabía lo que había hecho su hermana, pero era obvio que había hecho algo, pues ella sabía de la llegada de la policía y que venían a buscarla. Verónica había salido por la puerta trasera y se había alejado lo más que pudo de su residencia.

Los oficiales se fueron al ver que ella no estaba ahí y Viviana no se resistió a irse con ellos. Después de haber verificado la identidad de Viviana y de haberla interrogado, entendieron que ella no tenía que ver con lo ocurrido y ella logró saber lo que había hecho Verónica.

Llegó a su casa, ya era de noche y al entrar vio a su hermana sentada en el sillón. De inmediato Viviana comenzó a reprocharle por lo que había hecho:

—¡¡¡Estás loca!!! ¿Cómo se te ocurre? ¿Entrar a una joyería a robar?

—¡Pero Viviana, escúchame!

—¡No Verónica!, no voy a escucharte… no sé qué clase de cosas estás pensando.

—Lo que robé, es algo poderoso, no vas a creer lo que hace…

—¡¡¡No me interesa!!! A nosotras no nos criaron como unas ladronas, ni como amantes de… de lo que sea eso que a ti te gusta, la brujería o qué sé yo… ya llegaste

al límite. Vete, entrégate a la policía o haz lo que se te venga en gana. ¡Pero ya, aléjate de mí!

—Hermana, no me digas eso. Lo que hago es por el bien de ambas, no tienes idea de lo que podemos lograr juntas.

—Verónica… vete.

Sus ojos se llenaron de lágrimas,; ella en verdad pensaba que algún día su hermana la apoyaría, pero eran muy diferentes, Viviana nunca iba a soñar en grande como lo hacía ella. Llena de rabia se fue de la casa; Viviana la había defraudado, pero ella tenía el amuleto que había robado de la joyería y sabía cómo utilizarlo.

Según la leyenda, que ella quería creer, quien poseyera el amuleto del lobo podría adquirir la forma de este animal cuando quisiera. Sólo debía practicar un ritual en donde jurara proteger el secreto del amuleto y se entregara por completo a él. A ella no le parecían nada difíciles las condiciones, pues en verdad sentía que guardar el secreto de aquel amuleto era imprescindible, si no quería que la encontraran. Podría pasar desapercibida. Al tener el amuleto podría convertirse en un lobo cuando lo necesitara y nadie podría encontrarla nunca.

Planeaba viajar en forma de lobo hasta conseguir un lugar donde poder crecer como bruja. Había estado escondida durante varios días, desplazándose poco a poco; su meta inmediata era lograr salir de la ciudad. Cosa que no era nada fácil, pues era un trayecto largo y no contaba con un vehículo, ni dinero para tomar el tren, por lo que debía desplazarse caminando por muchos días; aún no había podido hacer el ritual y el poco dinero que tenía lo estaba utilizando para comer, aunque sabía que pronto se le agotaría y tendría que comenzar a robar, pero quería alargar esa necesidad lo más que pudiera, pues si robaba y la descubrían, caería presa y tendría que decirle adiós a su preciado amuleto.

Una noche entró a la tienda de una estación de servicios, caminó discretamente por los pasillos, quería robar algo para comer, pero quedó paralizada al notar que un oficial de policía estaba en ese lugar; rápidamente escondió un par de cosas en la cartera y luego

trató de pasar desapercibida, pero el oficial notó algo extraño en la chica y de inmediato fue tras ella. Verónica corrió tratando de huir, pero éste la perseguía y estaba muy cerca de ella. La persecución duró un par de calles más y finalmente el hombre tomó bruscamente a Verónica por el brazo.

—Dame ya lo que guardas- le dijo el hombre susurrando.

La joven se sintió insegura, no era así como actuaría un oficial de la policía, pero ella no podía asegurar que no lo fuera.

—No sé de qué habla…- dijo ella jadeante.

—El amuleto, dámelo.

—Yo no lo tengo – mintió.

—Dámelo y te dejaré ir. – insistió él.

Verónica comenzó a tener miedo, sentía que perdía la fuerza y que ese valor del que siempre se había regodeado, se estaba yendo.

—Tú no eres un policía, ¿no es cierto?- preguntó ella tratando de zafarse de las manos de aquel hombre.

Después de preguntarle esto el hombre fue tomando una forma diferente. Su cara comenzó a cambiar, tomando un aspecto grotesco y aterrador, sus ojos se volvieron completamente blancos y dientes filosos y amarillentos se asomaban por sus labios,… era un cazador y estaba decidido a llenar de miedo a Verónica y a quitarle ese amuleto.

—Ya ves que no soy un policía—le respondió Rail sin dejar de susurrar — ahora, entrégame el amuleto si quieres continuar con vida.

La chica lo miraba entre extrañada y encantada, a la vez que le respondía:

—Yo no quiero vida sin poder. Y sé que este amuleto será mi primer paso a la grandeza.

Rail la soltó y la miró con desprecio.

—¿En verdad te crees digna de poseer el amuleto del lobo?

Verónica no respondió, sólo sacó de su bolsillo el amuleto y se lo mostró a Rail. Luego le dijo:

—Lo tengo en mi poder, así que sí, sé que soy digna de él.

—Pues entonces te llevaré a un lugar en donde hace falta la presencia de alguien como tú.

Rail la tomó de nuevo por el brazo y desaparecieron tras una cortina de humo negro. Verónica sintió que caía al vacío, cuando abrió los ojos, se sorprendió al notar que ya no estaban en la misma calle en donde habían estado hace sólo unos segundos.

—¿Dónde estamos? ¿Cómo hiciste eso? – preguntó ella que se sentía desubicada.

—Si esto te sorprende, entonces no creo que confíes mucho en lo que hace el amuleto.

—No, no, sólo que nunca había experimentado magia real. Y ahora contigo ya he visto dos hechizos sorprendentes.

—¡No son hechizos!, pues no soy un brujo; sé que tú si serás una bruja ya que siendo humana, lo más que puedes hacer es eso… pero eso servirá, sobretodo en este lugar.

Verónica lo miraba con deleite, a pesar de que el aspecto de Rail causaba nauseas a quien lo viera, ella estaba encantada al ver la magia que había dentro de él.

—Hay algo que debes entender de la magia negra, no es suficiente hacer juramentos; si lo que quieres es tener poder real, debes entregar algo para poder obtener lo que deseas y mientras más grande sea lo que entregues, más poder podrás obtener. Ahora, la pregunta es… ¿Qué tanto estás dispuesta a entregar?

Los ojos de Verónica dejaban mostrar la alegría que sentía, no podía creer que en verdad estaba a un paso de lograr lo que tanto había querido.

—Todo, estoy dispuesta a entregarlo todo.

—Eso era lo único que necesitaba escuchar. –dijo Rail mostrando una sonrisa chueca.

Rail desapareció en ese momento, Verónica quedó sola en aquel lugar y empezó a sentir que su corazón se aceleraba, comenzó a faltarle el aire, sentía que su cuerpo se debilitaba y cayó arrodillada en el suelo. Todo lo que había en el lugar giraba a su alrededor, o al menos así era como ella lo sentía. Sintió ganas de vomitar, pero al hacer el intento nada pasó. Se dejó caer por completo y sus ojos se cerraron poco a poco.

Soñó que Rail la llevaba cargada hasta una hermosa cama cubierta con sábanas blancas y llena de grandes almohadas doradas y cuando su cuerpo tocó las sabanas, éstas se tornaron negras y las almohadas se convirtieron en rústicas piedras. Luego un lobo gris se abalanzó sobre ella tenía una oreja herida; el lobo la miró mientras se relamía y le mostraba sus blancos y filosos dientes, ella trató de tocarle la oreja pero cuando apenas se movió, este le clavó los colmillos en el rostro.

Se despertó asustada.

Aún estaba donde el cazador la había dejado y ya se sentía mejor. De hecho, se sentía mejor que nunca. Observó con detenimiento el lugar en el que estaba. Era una montaña. Miró hacia la cima y observó la gran mansión que la coronaba. De inmediato sintió envidia de quienes fueran los que vivieran ahí. Luego se quedó mirando una pequeña cabaña que estaba muy cerca de ella; rápidamente se dirigió hasta ella y cuando entró sintió que había entrado a su hogar, era como si toda su vida la hubiera pasado en aquel sitio. Adentro no había nada, más que una chimenea con un caldero. Verónica se sentó en el piso de la cabaña y comenzó a tararear la canción que solía cantar con su hermana cuando eran niñas. Se sentía en casa, sólo le faltaba su hermana, pero sabía que nunca la volvería a tener a su lado.

Cuando anocheció se decidió a salir de la cabaña, sabía que bajando la montaña debía haber una pequeña ciudad o algo parecido, así que caminando se fue hasta abajo. Al llegar al pueblo miró con mala gana cada detalle del lugar. Caminó por la plaza, vio las tiendas, incluso observó a las personas y se dijo a si misma:

—Insoportablemente lindo. Se ve que son muy felices aquí.

Sintió hambre, revisó su bolso y lo que había logrado robar antes de la tienda no eran más que un par de chips; en su bolsillo sólo le quedaban unas pocas monedas. Sabía que no sería suficiente para comer pero igual decidió entrar a ese restaurant que había encontrado, ya se le ocurriría algo para salir sin pagar. Se sentó en la barra. Un hombre la atendió amistosamente.

—Hola jovencita, bienvenida. ¿Qué te puedo ofrecer?

Verónica miró apenada al hombre; no entendía qué le pasaba, pero se estaba sintiendo mal por haber entrado a aquel lugar con la intención de robar.

—Disculpe, señor.

Dijo ella y se puso de pie dispuesta a salir del restaurant. Un joven apuesto, con un poco más de veinte años igual que ella, se le acercó.

—Señorita.- la llamó – ¿Le sucede algo?

Verónica lo miró desconcertada, por qué aquel chico se preocupaba por ella si ni la conocía.

—No, nada, con permiso.

El joven la siguió hasta la salida del restaurant y al alcanzarla, la tomó con suavidad por el hombro.

—Dígame señorita, ¿la puedo ayudar?

Verónica enmudeció, se quedó mirando los grandes y llamativos ojos negros del joven.

—Me temo, que sé lo que le sucedió…- le dijo éste.

Ella por fin reaccionó:

—¿Ah si? – preguntó ella dudosa.

—Siempre le he dicho al señor Edward que a las damas hermosas como usted se les debe dar un trato más que especial.

—Oh, no, el me atendió muy bien.- dijo ella sonrojándose.

—Sí, pero quizá si le daba una bebida de bienvenida, usted no hubiera dejado el lugar. Así, que venga, yo se la invito.

Verónica sonrió apenada y acompañó al joven hasta el interior del restaurant.

—Mi nombre es Adam y tú eres…

—Verónica.

—Un placer Verónica. ¿Hace cuánto que estás en DoorVille?

—Acabo de llegar.

—¿Y planeas quedarte largo tiempo?

—Pues... no lo sé. –Verónica lucía nerviosa, se sentía extraña.

Adam se dio cuenta de ello y le dijo:

—Discúlpame si te incomodo. No más preguntas. Si me quieres contar algo, hazlo, si no, sólo comamos en silencio, eso bastará para mi.

Adam la miró y sonrió, Verónica también lo hizo. Ella no estaba segura de lo que sucedería, pero de algo estaba clara, ese chico era especial y no lo dejaría escapar.

 
 
 

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