En Busca de Sirius: Las Puertas de DoorVille
- rafaelaescribe
- 16 ago 2019
- 4 Min. de lectura
Capítulo XVIII
Sueños
—¡Mamá, otra vez, tengo miedo! – El pequeño Michael bajaba corriendo las escaleras.
—Hijo, no corras, puedes tropezar. – Brigitte iba rápidamente al encuentro con su hijo - Tranquilo, nada malo pasará, sólo fue un sueño.
Ambos se abrazaron, la madre acariciaba el negro y abundante cabello de su pequeño. Lo cargó y subió las escaleras. Llegaron a la habitación de Michael y lo acostó de nuevo en su cama.
—Esta noche, dormiré contigo– dijo Brigitte con voz suave – Primero debemos rezar, si lo haces antes de dormir y lo haces con fe, sólo tendrás lindos sueños.
El señor Robertson se asomó por la puerta, era un hombre alto y fornido, su cabello era negro y abundante como el de su hijo, tenía bigotes y ojos de un color negro profundo, característica que heredaron sus dos pequeños, Mika y Michael.
—¿Qué le pasó a mi valiente Michael?
—¡Papá!, Volví a tener ese sueño. Me da mucho miedo.
—Pues entonces haz lo que te dice tu mamá. Si rezas, dormirás mucho mejor.
El pequeño asintió con la cabeza. Sus padres se sentaron al borde de su cama, rezaron y su madre le cantó varias canciones. Ya Michael estaba mucho más tranquilo y con voz somnolienta les dijo:
—Mamá, papá, pueden irse. Ya no tengo miedo.
—¿Lo ves?, eres valiente hijo. – dijo su padre.
—Dios te bendiga, mi príncipe.
—Buenas noches, papá y mamá
Adam y Brigitte salieron del cuarto de su hijo y fueron hasta la habitación de la linda Mika. Ella reposaba tranquila y su alborotado cabello rubio le tapaba casi toda la cara. Su madre le acomodó delicadamente el cabello y su padre le dio un beso en la frente. Mientras caminaban hasta su dormitorio, Adam le dijo a su esposa:
—No podría dormir si no hiciera esto cada noche.
Ella sonrió, entraron a su cuarto y pronto en la mansión Robertson, todos dormían para comenzar una nueva mañana.
El sol brillaba intensamente. Era un hermoso día. Brigitte preparaba la mesa en el jardín para el desayuno decorando con hermosas flores silvestres un bello florero de cristal. Ya a las siete de la mañana, la señora Robertson había preparado el desayuno y también lucía inmaculada, con un vestido floreado ceñido a su pequeña cintura y suelto hasta las rodillas, zapatos blancos de tacón que resaltaban aún más su elegante porte. Su castaño y ondulado cabello lo llevaba recogido con un lazo de seda que combinaba con su vestido.
En la mansión había empleadas de servicio, pero Brigitte no dejaba de atender personalmente las necesidades de su familia. Después de terminar en el jardín, se fue a despertar a los niños. Michael no estaba en su cuarto. Brigitte fue a la habitación de Mika y vio a Michael durmiendo al lado de su hermanita.
—Michael, ¿qué sucede, por qué te viniste para acá? – le preguntó al ver que este comenzaba a abrir los ojos.
—Es que, comencé a tener miedo de nuevo.
—Ajá… y tu hermanita te defendería de los malos… ¿no es así? – le preguntó en tono burlón y dulce a la vez.
—Sí, mamá. sé que Mika no podría hacer nada, pero al saber que estoy acompañado me siento más tranquilo.
—Bueno, bueno, ven y cuéntame acerca de ese sueño que te tiene tan mal.
—Ya te dije mamá, es una señora que nos hace daño y hay un monstruo y… no me acuerdo muy bien de lo que pasa en el sueño, pero siempre me asusto y me despierto con mucho miedo.
—Pero mi niño, no debes tener miedo, nada malo nos pasará nunca. Estamos unidos y con Dios. Sólo es un mal sueño.
—Sí, pero, creo que en el sueño… tú te mueres… y yo… no quiero que te mueras. – Michael rompió en llanto y Brigitte sólo pudo abrazarlo fuerte.
—Yo no moriré, Michael, no aún… No llores que todos estaremos bien.
La mujer pudo calmar a su hijo, despertó a Mika y los preparó a ambos para bajar a desayunar. El señor Robertson ya estaba abajo, esperando a su familia.
—Veo que hoy comeremos en el jardín. ¿Qué pasó, es un día especial? – preguntó Adam.
—Pues me parece que es un lindo día para disfrutar al aire libre.
—No hay mejor razón que esa, bella esposa.
Mientras desayunaban, escucharon el galope de caballos.
—Adam, ese debe ser el señor Peter. Lía me dijo que él vendría a traernos un regalo para los niños.
—Bien, si es así, yo mismo iré a recibirlo. Me alegra que tengan aprecio por nuestros niños.
El señor Robertson caminó hasta la reja de entrada y recibió a Peter, un hombre calvo y comparado con Adam, bajito y flacucho. Había llegado dirigiendo a un par de caballos que tiraban una vieja carreta.
—¡Peter, me contenta verte!
—Señor Robertson, ¿Cómo está? – contestó mostrando respeto.
—Muy bien, ¿y tú, cómo está el hotel?
—Bien, este fin de semana se llenó, un grupo de turistas venían de paso por el pueblo y les gustó tanto que decidieron quedarse el fin de semana completo.
—Y es que, ¿a quién no le podría gustar nuestro pueblo? … Sé que, a pesar de estar escondido, DoorVille se convertirá en un querido punto turístico.
—Parece que sí, cada vez se llena más mi pequeño hotel; espero que pronto necesite agrandarlo.
—Pensemos positivo y así será. Y… mi esposa me dijo que Lía le mandó un regalo a los niños.
—Sí, es que nuestra perrita tuvo una camada de cachorros. Los vamos a vender, pero uno debía ser para los pequeños Robertson. Aquí lo traigo.
Peter revisó la carreta y sacó de una caja llena de paños a un cachorro.
—Tenga señor, para sus hijos… será un buen amigo.
—Pues si es para los niños, pasa y entrégaselo tu mismo y si tienes hambre y no tienes prisa, puedes quedarte a desayunar con nosotros.
—¡Muchas gracias, señor, es usted muy amable!—dijo Peter, mostrando real agradecimiento.
- —No, ¿qué dices? Gracias a ti y a tu esposa, por pensar en mi familia.




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