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En Busca de Sirius: Las Puertas De DoorVille

Capítulo XVII


La Mansión Robertson


El camino y las copas de los árboles dejaban reposar la blanca nieve que había caído la noche anterior. En ese momento, podían sentir el tibio sol que los calentaba suavemente y les permitía continuar su camino por el nevado sendero.

—Y… ¿quién les contó de este pueblo? – Preguntó Sebastián mostrando mucho menos entusiasmo que el que antes mostraba con las chicas.

—La verdad, nadie. Sólo llegamos. Estamos de excursión, conociendo un poco de mucho – respondió Rosa.

—¿Saben? – Esta vez Sebastián habló con voz graciosa, como si fuera a contar un chiste o algo así - Hace algunos años conocí a una chica, que como ustedes iba conociendo un poco de mucho y terminó conociendo mucho de poco…- dejó salir un resoplido acompañado de una sonrisa y agregó- Las ironías de la vida. Ojalá no les pase así a ustedes.

Rosa levantó las cejas y miró de reojo a Amaru quien le devolvió una mirada dudosa por las palabras del joven. Massimo que iba delante de todos estaba escuchando la conversación y comenzó a desconfiar del chico.

—A veces, lo mejor es eso, conocer mucho de poco, así al menos puedes decir que sabes todo o casi todo de algo en específico.— dijo Massimo, con la intención de sacarle algo más de información a Sebastián.

—Sí, claro, tienes razón, siempre y cuando tengas la oportunidad de conocer o aprender mucho de algo bueno o que te lleve a conseguir fortuna, pero esta chica… —Pobre chica… Lo menos que hizo fue conseguir fortuna.

Massimo sintió que lo mejor sería despedirse de aquel muchacho.

—Discúlpame amigo, pero creo que hay un solo camino para llegar hasta aquella mansión; tranquilo, nosotros podemos seguir solos— dijo él sin voltear hacia donde estaba el joven.

—No puedes estar tan seguro de eso, es primera vez que vienen, yo en cambio vengo muy seguido.

Los amigos se extrañaron al escuchar estas palabras

—¿Ah, si? Pues no sabía eso. Pensé que esa mansión había sido clausurada. ¿Qué tanto puedes hacer subiendo hasta allá? – preguntó Massimo, deteniéndose y dándose vuelta.

—¿Y qué tanto interés muestran tres jóvenes por una vieja y empolvada mansión ubicada en la cima de la montaña de un pequeño y desolado pueblo? Disculpa… ¿Cómo te llamabas?... Ah sí, Máximo. Creo que cada quien puede mostrar interés en lo que le plazca.

—Así es, cada quien se interesa en lo que quiera– Massimo se volvió a dar vuelta, reanudó su andar y agregó —ahora, debemos irnos. Adiós Sebastián.

—Sí, ya vete.— dijo Amaru quien ya no se sentía segura caminando al lado de ese chico.

—Está bien, si quieren seguir solos, vayan. Pero les aseguro que encontrarán mucho más de lo que están buscando. Y eso no siempre es bueno.

Rosa volteó y pudo ver que en efecto Sebastián comenzó a alejarse de ellos y así se sintió más aliviada. Sabía que estaban en un mundo donde no se usaba la magia y Amaru

lo único que tenía era el polvillo negro, así que ahí no les serviría de nada; la magia se les había agotado a ambas.

—¡Vaya! El simpático Sebastián resultó ser un completo “psicópata” – comentó Amaru, con su particular forma de calificar a quienes no le agradaban, y Rosa asintió con la cabeza.

Continuaron su camino. Ya Massimo se estaba acostumbrando a las largas y silenciosas caminatas. La única vez que pudo conversar con sus compañeras fue la noche anterior en el restaurant. Él les preguntó sobre lo que había pasado con el demonio nocturno y ellas le contaron. Massimo les habló de los cazadores que se habían hecho pasar por sus padres y ellas lo que habían tenido que enfrentar en el túnel de las sombras. El muchacho no quiso hablar de lo que le pasó a él en el túnel y ellas no tuvieron intención de presionarlo para obtener información. En cambio, las caminatas siempre estaban llenas de tensión, ahora no sabían si aquel joven los estaba siguiendo, no podían ni imaginarse lo que había en aquella mansión, tal vez, ni siquiera era el lugar al que debían ir, pero era la única pista que tenían.

Pronto comenzaron a sentir el frío, estaban bien abrigados, pero, para su sorpresa, el sol comenzaba a ocultarse y el viento soplaba fuerte e inclemente. Massimo se detuvo y con señas frenó a sus amigas.

—No den un paso más. Justo frente a nosotros hay una cabaña. Una cabaña en medio de la nada, nunca es buena señal.

Amaru dio un corto suspiro y clavó la mirada en aquella cabaña.

—Tienes razón, Massimo, esa es sin duda la cabaña de una bruja.

El miedo invadió a Amaru, pues debía ser muy fuerte para poder luchar en contra del poder que las brujas podían ejercer sobre ella.

—Tranquila – le dijo Rosa – tal vez no sea tan malo enfrentarnos a una bruja. Si ella tiene magia podremos arrebatársela con el polvillo.

Amaru sin pensarlo, sacó el polvillo y se lo dio a Rosa.

—Ten, no creo que yo sea capaz de usarlo.

—¡No!, sé que tú puedes, la venciste en el túnel de las sombras, aquí también podrás.

—Esa fue una tonta prueba, no quiere decir que sea capaz de vencer a una bruja verdadera. ¡Toma el polvillo y ya!

Rosa tomó el pequeño bolso que contenía el polvillo y no dijo ni una sola palabra.

—Oigan, ahorita lo importante es no acercarnos a esa cabaña y eso sí, estar muy pendientes de que no haya nadie siguiéndonos.

Los amigos dejaron de andar por el camino de piedras y se metieron por entre los arbustos, si bien de esa manera no pasarían frente a la cabaña, también corrían el riesgo de que la bruja estuviera oculta entre los nevados árboles. Massimo volvió a detenerse y las hadas lo imitaron. Entre susurros les dijo:

—Miren, hay un hombre bajando el sendero.

Ellas miraron y efectivamente, un hombre corpulento venía bajando el camino de piedras y se dirigía hacia la cabaña de la supuesta bruja. Al estar muy cerca de la cabaña, las luces de esta se encendieron y la puerta se abrió, el hombre se detuvo y del interior de la cabaña salió una mujer.

Los tres se quedaron paralizados, no querían hacer el más mínimo ruido. El hombre entró a la cabaña y casi al instante volvió a salir, pero esta vez llevaba una gran bolsa a cuestas. Se devolvió por donde había venido y la mujer se quedó afuera, caminó un poco, como haciendo una revisión de su entorno, miraba hacia todas direcciones. Massimo la observó con detenimiento, parecía ser una linda mujer; a pesar del frío que hacía, ésta solo llevaba un largo vestido negro con mangas largas. La mujer entró de nuevo a la cabaña y las luces de ésta volvieron a apagarse.

Apenas notaron que todo estaba de nuevo en calma, sin nadie deambulando por ahí, continuaron su rápido andar. Aquel hombre debía dirigirse a la mansión y muy posiblemente la mujer de la cabaña era la bruja. Pero no había nada seguro para los amigos, se sentían perdidos, Massimo comenzó a tener miedo y sus amigas se dieron cuenta de ello.

—Massimo, no tengas miedo. Ya superaste muchos obstáculos, tú puedes con esto y con más— dijo Rosa, tratando de darle ánimos al muchacho. Pero éste no le prestó mucha atención a lo que le decía el hada, solo continuó caminando sin detenerse.

Faltaba poco para que llegaran a la mansión, ya los muchachos podían ver las rejas de la entrada. Apresuraron el paso y pronto estaban saltando las verjas para entrar al misterioso lugar. Caminaron por lo que algún día había sido el jardín, solo había nieve blanca y justo en el medio del lugar un gran árbol, seco por el frío.

—Jacarandá – susurró Rosa.

Alguien estaba sentado al pie del árbol, se dieron cuenta de ello y se detuvieron. Massimo respiró profundo y caminó en dirección a aquella persona; se acercó con paso firme, pues sabía que no le servía de nada tener miedo. Al estar muy cerca pudo notar que el hombre que estaba ahí sentado, parecía ser el mismo que vieron bajando el sendero hasta la cabaña y también parecía dormir.

El muchacho dudó. No sabía si debía dejarlo ahí, tiritando de frío o si debía despertarlo y ayudarlo a llegar hasta el interior de la mansión. La bolsa que se había llevado de la casa de la supuesta bruja estaba ahí tirada a su lado, adentro habían trozos de leña. Amaru y Rosa se fueron acercando poco a poco, no podían creer lo que Massimo estaba haciendo.

- —Massimo, ¿qué haces? – preguntó Amaru desconcertada.

- —Ayudo a este hombre.

- —Sí, eso ya lo que noté, pero... ¿por qué?. Es decir, no sabes qué pueda hacernos.

- —Tranquila, solo es un viejo. Está agotado, no pudo ni siquiera entrar con la leña para calentarse.

- —Definitivamente, no entiendo esto de la bondad- dijo Amaru.

Rosa no pudo evitar soltar una corta y muy silenciosa risa, pero al mismo tiempo, estaba un poco asustada por lo que pudiera pasar al ayudar a ese hombre.

La puerta de la mansión estaba entreabierta. Massimo la empujó con la mano que tenía libre y ésta emitió el típico chirrido espeluznante que suelen hacer las puertas viejas al abrirse. Al igual que el exterior, el interior de la mansión era un desastre. Había telarañas por doquier, un hermoso pero gastado piano de cola bloqueaba la entrada de las largas escaleras; un polvoriento sillón ubicado frente a la chimenea era el único mueble en buen estado, pues los demás estaban todos arrumados y montados encima de una gran mesa, la que seguramente algún día perteneció al comedor. Massimo ayudó al viejo a sentarse en el sillón y se arrodilló frente a él. El hombre lo miró y preguntó:

—Hijo, ¿quién eres tú?

—Yo soy Massimo —lo encontré desfallecido al pie del árbol y quise ayudarlo...pero...—

Massimo quería preguntarle su nombre, pero el viejo lo interrumpió:

—¡Ayúdame, muchacho! han pasado tantos años desde que mi vida cambió que he perdido la cuenta, perdí a mi familia... y nadie se acerca a mí... no puedo saber... estoy enfermo...¿ has visto a mis hijos, sabes algo de mi esposa... dime, cuánto tiempo ha pasado?

Massimo al escucharlo y ver bien el panorama que lo rodeaba, le pareció una pregunta muy lógica.

—Señor, no sé nada de su familia y no sé cuánto tiempo ha estado sin verlos, pero me temo que ha sido mucho más de 30 años… pero... puede decirme ¿quién es usted?

El hombre se quedó pensativo con la mirada perdida, a la vez que sus ojos brillaban por inundarse de lágrimas a punto de caer, entonces contestó:

—Hace mucho que no digo mi nombre... Adam. Yo soy Adam Robertson.

 
 
 

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