En Busca de Sirius: Las Puertas de DoorVille
- rafaelaescribe
- 11 ago 2019
- 3 Min. de lectura
Capítulo XVI
Paseo Familiar
El señor Robertson era el dueño de casi todas las tierras de DoorVille, tenía todo lo que cualquier persona pudiera desear. Pero su esposa e hijos eran su mayor felicidad, siempre decía que era capaz de dejar todo con tal de que sus tres amores siempre estuvieran a su lado. Era normal que cada vez que iniciara la primavera, la familia diera un paseo, para ir a ver las hermosas plantas que florecían al llegar la estación.
En la primavera de ese año, salieron a hacer su acostumbrado recorrido.
Mika y Michael, de 4 y 6 años respectivamente, estaban deseosos por iniciar el paseo, pues el día anterior les habían regalado un hermoso cachorro Husky y sabían que se divertirían mucho jugando con su nuevo amigo. Después del desayuno, Adam, su esposa Brigitte, Mika, Michael y Thor (el pequeño cachorro) salieron a los jardines de la mansión.
Adam y Brigitte se recostaron al pie de su árbol favorito, un bello jacarandá, situado justo en el medio del jardín; como era primavera, sus flores estaban más bellas que nunca con su hermoso color lila que le daba un toque mágico al grandioso jardín, mientras los pequeños corrían tras el travieso Thor.
Normalmente, las rejas que rodeaban la mansión, siempre estaban cerradas. La razón: ¡seguridad para los niños!. La curiosidad e inquietud de estos hacía que sus padres se sintieran temerosos por la posibilidad que tuvieran de salir, pues la mansión estaba en la
cima de la montaña. Después de aquellas rejas comenzaba un estrecho y largo camino de piedras que llegaba hasta el pueblo. Además de eso, no había mucho que buscar, sólo había espesos parajes donde seguramente se escondían animales, muchos de ellos venenosos. Ese día era la excepción, las rejas estaban abiertas pues el chofer, preparaba el auto para llevar a la familia al pueblo, para que continuaran con su paseo primaveral.
—¡Mamá, papá, Thor se escapó!—gritó Michael azorado al ver que el gracioso Husky había salido de su límite.
—Tranquilo Michael – dijo John, el chofer sosteniendo al perrito–-¡Ya lo tengo! Este pequeño no volverá a ir a ningún lado.
Michael suspiró alegremente y cargó a su cachorro.
Pronto todos estaban en el auto, los niños brincaban en los asientos, ellos adoraban ir hasta el pueblo. Cada vez que iban, comían en el pequeño restaurant del viejo Edward, su hija Charity, una linda joven veinteañera los llevaba hasta la plaza y jugaba con ellos en el parque. Después de jugar, veían una obra de títeres en la misma plaza. Algo sencillo, pero para los pequeños representaba el acto más maravilloso del mundo. Y lo mejor de todo sucedía cuando se acababa la obra, pues la plaza quedaba repleta de niños y así Mika y Michael cerraban su día con broche de oro, jugando con niños de su edad.
—¡Quiero ver a Charity!- decía emocionada la pequeña Mika - ¡Quiero ver la obra y comer helado y jugar, quiero jugar mucho!
—Tranquila princesita, ya pronto estaremos en el pueblo – le decía su padre con una sonrisa tan grande que no le cabía en rostro.
Después de un rato, llegaron al pueblo, DoorVille, aquel lugar tan armonioso casi salido de un hermoso cuento de hadas: En la entrada de la panadería, la esposa del panadero, una mujer flaca y alta, recibía a sus clientes con una sonrisa y una rebanada de pan caliente. Más adelante, en la floristería, un jovencito le ofrecía rosas recién cortadas a las damas que pasaban por ahí. Al pasar por la frutería era casi inevitable detenerse a comprar alguna de esas grandes, olorosas y jugosas frutas que casi llamaban a gritos a los habitantes del pueblo. Y así pasaba en cada establecimiento o negocio, inclusive en las casas, cada puerta de DoorVille se mantenía abierta y todos eran bienvenidos en aquel lugar. Al abrir la puerta del carro, el primero en bajarse y salir corriendo fue Thor.
—¡No, otra vez se escapa! – dijo Michael
—No te preocupes Michael, aquí no se perderá- dijo su madre calmándolo – pero eso sí, apenas lo tengamos de vuelta, ponle la correa, debes acostumbrarlo a ir a tu lado.
Una hermosa joven, de cabello negro, ojos grisáceos y delicado aspecto, apareció con el perrito en los brazos.
—Toma pequeño, creo que este juguetón es tuyo.
—Gracias señora – dijo apenado el niño.
—De nada, fue un placer ayudarte – la chica se inclinó hasta quedar cara a cara con Michael y con voz dulce y suave, agregó – puedes llamarme Vivian.
El niño la miró con un poco de miedo y dejó escapar una risita nerviosa. La joven se fue y la familia pudo continuar su paseo. El día fue tal y como lo habían esperado, almorzaron una deliciosa lasaña hecha por el mismo señor Edward, fueron al parque con Charity, comieron helado, disfrutaron de la obra y jugaron con los niños del pueblo. Pero algo no fue como debía ser, todo cambiaría para siempre y probablemente, sería el último paseo familiar que tuvieran.




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