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En Busca de Sirius: Las Puertas de DoorVille

Actualizado: 16 ago 2019

Capítulo XV


DoorVille


—¡No, tú no puedes estar aquí, tú estás muerta!- gritó Amaru descontrolada.

—Y si estoy muerta, ¿por qué me temes?

—¡Aléjate de mi, no puedes controlarme!

—¡Eso ya lo veremos! – dijo la bruja sosteniendo su varita.

Amaru corrió tratando de alejarse de la bruja, pero esta apareció frente a ella.

—Eres una sinzienele, todas ustedes me obedecen, no hay salida.

—Pues yo soy diferente, no podrás controlarme, ya no te tengo miedo.

—No te creo repugnante sinzienele, me temes al igual que todas las de tu raza.

Amaru se dejó caer al suelo, recogió sus piernas y las abrazó, en verdad sentía miedo, pero no podía dejarse vencer por aquella bruja, no podía rendirse y dejar sola a su hermana a quien había prometido ayudar siempre que lo necesitara. La bruja reía a carcajadas, pero Amaru se reincorporó.

—¡NO!- metió la mano en su bolso para sacar algo del polvillo negro y esparcirlo sobre la bruja pero por el simple hecho de haber pensado en hacer eso, la bruja desapareció y el portal que la llevaría junto a Rosa y a Massimo se abrió.

Al otro lado Rosa pudo ver a Amaru que venía hacia ellos, muy pronto las dos hermanas estaban juntas de nuevo y el portal del túnel se cerró.

—¡Sí, lo lograste hermana, estás con nosotros!

Massimo las miró extrañado y preguntó:

—¿Hermana?

—Así es, somos hermanas – respondió Rosa, provocando que Amaru se ruborizara.

El muchacho entendía que no era el momento para hacer preguntas, así que solo dijo:

—Bien, ya estamos todos, ahora tenemos que continuar. Sólo que debemos hacer algunos cambios.

Massimo le explicó a Amaru que estaban en la tierra de los humanos, así que debía hacer algo para ocultar su apariencia de sinzienele.

—No te preocupes, la magia puede solucionar mucho mi pequeño niño. Nosotras pareceremos simples humanas y tú no pasarás tanto frío.

Amaru cerró los ojos, susurró unas palabras y de inmediato cambio su apariencia e hizo que todos vistieran ropa de invierno. Ahora que Amaru no tenía sus alas ni los pequeños cuernos de cabra en la cabeza, le quedaba al descubierto su abundante y rojizo cabello, Massimo la observó y pudo comparar su rostro con uno de esos bellos retratos de la pintura renacentista.

—Mucho mejor, ¿no lo crees? —dijo ella con una sonrisa de triunfo en su cara— pero no me pidas mucho más pues creo que ya no me queda nada de magia. Ahora, ¿qué se supone que debemos hacer?

—Caminemos, no tenemos otra opción.

Massimo se sentía mucho mejor ahora que estaba bien abrigado y esta vez quiso ser él quien guiara los pasos de las demás. Anduvieron un largo rato hasta el anochecer, cuando llegaron a un pequeño pueblo. Un letrero colgante les anunciaba que habían llegado a DoorVille, un pintoresco lugar lleno de coloridas casitas, todas alegremente iluminadas; los habitantes caminaban tranquilos, había niños corriendo por las calles y ancianos jugando juegos de mesa frente a sus casas.

Un poco más adelante divisaron un lindo restaurant iluminado con pequeñas luces navideñas y un llamativo cartel que decía: “Nuestra comida te hará feliz”. Massimo deseaba en verdad entrar a aquel sitio para poder sentarse, comer una confortable cena y tomarse una malteada (de chocolate preferiblemente). Pero había un problema, no tenía nada de dinero.

Al pasar frente al recinto, Massimo recordó la pequeña nota que había conseguido dentro del bolso que le dio Astrea, decía: “si realmente lo necesitas, aquí estará”. Le pareció un poco absurdo lo que estaba pensando, pero también pensó que no perdía nada haciendo el intento, después de todo, en verdad necesitaba comer. Así que tomó la pequeña y pesada bolsita de tela que llevaba colgando en el pantalón, comenzó a revisar su interior y…

—¡Síííí, dinero!—exclamó —Ahora podremos comer.

—Veo que en verdad te dejaron bien armado – dijo Amaru en tono gracioso.

La tensión había desaparecido gracias a la tranquilidad que el pueblo les transmitió; les hizo sentirse a gusto al no haber nadie que los siguiera, ni criaturas de las que cuidarse; ya tenían dinero y pensaban únicamente en ir a comer y descansar para prepararse ante cualquier cosa que viniera. Por cierto, esta vez, ninguno de ellos podía siquiera imaginarse lo que sería.

Entraron al restaurant, todos comían y bebían alegremente; un grupo de jóvenes cantaba sobre un pequeño escenario y una gentil camarera los atendió enseguida.

—¡Bienvenidos!, veo que han venido a conocer nuestro hermoso pueblo.

Era una señora regordeta, su cara redonda mostraba una sonrisa linda y amable. Rosa la miró con agrado y preguntó:

—Pues sí, pero ¿cómo sabe que no somos de acá?

—Oh, es que nuestro pueblo es muy pequeño y todos nos conocemos, pero nos alegramos mucho cada vez que vienen visitantes. Les recomiendo que mañana pasen por la plaza y disfruten de los espectáculos que cada día realizan los chicos del grupo de arte… ¡son geniales!

—Muchas gracias, haremos lo posible por estar ahí. – dijo Rosa con tono alegre.

—Bien, los dejo solos para que revisen el menú y, en cuanto sepan qué desean... no tarden en hacerme señas.

Los tres estaban encantados en aquel lugar: comieron, descansaron y disfrutaron de la buena música. Pronto se hizo media noche y la camarera tuvo que acercarse hasta donde ellos estaban para decirles (muy avergonzada) que ya era hora de cerrar el restaurant.

—¡Qué pena!, no era nuestra intención pasarnos de la hora—se disculpó Rosa.

—No hay problema, tranquilos, los esperamos mañana para que desayunen.

—Muchas gracias- dijo Massimo. –Y algo más… ¿sabe de algún lugar donde podamos pasar la noche? Es que llegamos tarde al pueblo y lo primero que hicimos fue venir a comer y pues… ya ve… se nos pasó el tiempo y olvidamos el hospedaje.

—¡Claro, muchachos! dos calles más arriba hay un pequeño hotel… ¡vayan! ahí los atenderán de maravilla.

Se despidieron y siguieron el camino indicado por la amable señora hacia el hotel que ella misma les recomendara. Al llegar a la recepción, vieron a un hombre calvo y viejo algo malhumorado leyendo el periódico, quien apenas notó la presencia de los huéspedes lanzó los diarios al piso con algo de violencia.

—Buenas noches. Bienvenidos al Hotel de Lía.

El viejo tenía una voz grave y arrastraba las palabras como si le costara trabajo pronunciarlas.

—Buenas noches señor, necesitamos dos habitaciones, ¿tendrá disponibilidad? – Massimo quiso ser amable. Pero el anciano contestó de muy mala gana.

—Pues..., veamos…. De las veinte habitaciones que tiene el hotel...—dijo mirando hacia los casilleros de las llaves—…las veinte… están desocupadas.

Se apoyó del mostrador mirando a Massimo fijamente y agregó:

—Así que… sí… sí hay disponibilidad, jovencito.

De la puerta que estaba tras la recepción salió un joven flacucho, alto y moreno

—Papá, no siempre tenemos huéspedes, tratemos de ser amables. —dijo queriendo disculparse – además, hay dos damas hermosas y no queremos que se lleven una mala impresión de nosotros.

Rosa sonrió apenada y Amaru, por su parte, sólo pudo revirarle los ojos al chico que la miraba con admiración.

- —Pues… deseamos dos habitaciones por favor.- dijo Massimo

El joven los registró y les entregó las dos llaves para las habitaciones, ambas en la planta baja, pues era el único nivel que tenía los cuartos habilitados.

Massimo entró a su habitación y sintió un gran alivio al acostarse, de inmediato, se quedó dormido. Rosa y Amaru compartieron el cuarto, estaban felices estando juntas, hacía mucho tiempo que se habían separado y extrañaban compartir como hermanas.

Amaru había decidido alejarse de Rosa, pues temía que algún día su lado oscuro floreciera, ya fuera por su naturaleza o a causa de la bruja del bosque que tenía poder sobre todas las sinzieneles, pero de igual manera le había prometido a su hermana que la ayudaría cuando lo necesitara. Esa promesa le daba fuerza, sabía que no podía fallarle a Rosa, así que simplemente se alejó de todos y cada vez que se sentía tentada por hacer algo malo, recordaba que tal vez algún día su frágil hermana, con la que había vivido escondida durante tanto tiempo, vendría a buscarla necesitando de su fuerza y coraje.

Esa noche los tres amigos durmieron como nunca lo habían hecho y a las nueve de la mañana ya estaban todos listos, saliendo de sus habitaciones, como si se hubieran

sincronizado. El joven de la recepción les entregó un folleto con las actividades y lugares por conocer en el pueblo, los tres se lo agradecieron y se fueron directo al restaurant para desayunar y continuar con su viaje.

Mientras tomaban su desayuno, Rosa hojeó el folleto, le llamó la atención una hermosa mansión, sobre todo por la descripción que decía: “Ubicada en la cima de montaña, La Mansión Robertson, perteneció al magnate Adam Robertson. Después de fallecer por causas naturales, su familia decidió mantener cerrada la que había sido su vivienda, para conservar intacto su recuerdo’’

—Anoche vi luces encendidas en la cima de la montaña. – le dijo Amaru a Rosa, cuando notó que veía hacia la mansión.

—Sí, tienes razón, por eso es que me ha llamado la atención esto. Tal vez algún familiar fue a visitar el lugar.

La camarera pasó recogiendo la mesa donde estaban los amigos y se quedó mirando fijamente la foto del folleto.

—¿Esa mansión?— preguntó la camarera con voz despectiva— les aconsejo que procuren alejarse de ella. A no ser que quieran estropear sus vacaciones.

—Disculpe señora, pero ¿por qué lo dice?—preguntó Massimo con interés.

Antes de comenzar a hablar, la señora miró en todas direcciones para ver si alguien la miraba y al asegurarse de que nadie lo hacía, les dijo casi en susurros:

—Ese lugar esconde una terrible historia y no es fácil de contar.

La mujer parecía querer hablar, pero al mismo tiempo no encontraba la manera de narrar lo que había sucedido en aquel lugar.

—Tal vez lo mejor sea que no piensen más en eso– decidió abandonar su expresión de suspenso y les dijo sonriente. –Vamos, disfruten su estadía en DoorVille, es un encanto de pueblo, no anden inventando excursiones peligrosas por las montañas.

La señora se alejó cargando la bandeja llena de platos y vasos sucios dirigiéndose a la cocina con una sonrisa de oreja a oreja como si en ningún momento hubiera estado preocupada.

—En este lugar todos son realmente extraños. Pero obviamente, es aquí a donde debemos ir –dijo Amaru señalando la foto de La Mansión Robertson.

Los otros dos asintieron con la cabeza. Massimo dejó el pago del desayuno en la mesa y los tres salieron del restaurant. Ya sabían hacia donde dirigirse, pero no sabían a qué se enfrentarían.

Los tres amigos subieron por la calle en dirección a la montaña, Massimo se detuvo un momento a amarrar las trenzas de sus zapatos y las chicas siguieron avanzando; el joven del hotel, quien se encontraba en la dirección inversa del camino, al verlas las abordó.

—Hola, chicas! Disculpen el atrevimiento, cuando volverán al hotel?—y mirando a Amaru agregó:— prometo dejarte, eh perdón, dejarles bombones de chocolate en las almohadas, para que tengan dulces sueños.

—Gracias, pero no, gracias. Creo que no volveremos. Debemos continuar nuestro viaje —respondió Amaru con voz seca.

Rosa soltó una pequeña risita y Amaru la miró con los ojos entrecerrados, dejando mostrar una media sonrisa acompañada de un suave resoplido.

—Bueno, bueno, está bien, pero al menos dime, oh perdón, díganme sus nombres, no los recuerdo bien, saben..era una poco tarde anoche,¿no?. –dijo el perseverante pero apenado chico.

—Yo soy Angie y mi hermana es Laura – mintió Amaru

El joven se emocionó al saber sus nombres y se presentó:

—Pues, es un placer conocerlas formalmente, mi nombre es Sebastián.

—Igualmente es un placer para nosotras Sebastián— dijo Rosa—pero en verdad estamos apresurados, deseamos llegar hasta aquella montaña, nos interesa conocer esa hermosa mansión.

A Sebastián se le borró la sonrisa de la cara.

—Chicas, les recomiendo que no vayan hasta allá.

—Tranquilo, nosotras somos valientes—intervino Amaru—además, nos acompaña nuestro amigo Massimo. Él no le tiene miedo a nada ¿sabes? Y... por cierto...dónde estás Mass...—ambas chicas voltearon a ver dónde se hallaba el joven y lo vieron metros atrás, mirando hacia la cima de la montaña mientras caminaba.

—¡Ey, Massimo!— le gritaron y él apresuró el paso hasta alcanzarlas.

Sebastián vio con recelo a Massimo, quien caminaba sin siquiera prestarle atención al chico.

—Pues, yo tampoco le tengo miedo a nada, las puedo acompañar, así les muestro el atajo para que lleguen pronto y puedan tomarle fotos a lo que quieran.

Amaru se encogió de hombros y le dijo:

—Como quieras.

 
 
 

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