En Busca de Sirius: Las Puertas de DoorVille
- rafaelaescribe
- 6 ago 2019
- 10 Min. de lectura
Capítulo XI
Nueva Compañía
Los ojos de Massimo lucían completamente blancos al igual que los de aquellos cazadores, parece que después de todo habían logrado su objetivo con el chico.
—Massimo, si quieres que tus padres estén bien, debes venir conmigo, te aseguro que si me acompañas, todo se resolverá.- Amato le hablaba como lo hubiera hecho un hermano mayor tratando de hacer sentir bien a su hermanito después de una fea pesadilla.
Massimo lo miró, sus ojos, ahora blancos, no dejaban ver ningún sentimiento ni siquiera se podía saber hacia dónde estaba mirando realmente.
—Sólo quiero cuidar de mis padres.
—Sé que sí.
—Iré a buscar a mis padres.
—¡No!, Massimo, por favor, ¡escúchame! debes venir conmigo, si lo haces tus padres estarán bien.
—Tengo miedo- Los ojos sin vida de Massimo dejaron caer una lágrima. – Debo cuidar de ellos, no permitiré que nada malo les pase.
—Yo también tengo miedo, pero debemos continuar.
Massimo suspiró y finalmente le dijo:
—Iré contigo, pero prométeme que mis padres estarán bien.
Amato sintió un alivio al escuchar estás palabras.
—Lo prometo, tanto tus padres como muchísimas otras personas, estarán bien, sólo tienes que olvidarte del miedo y seguir adelante.
Ambos se pusieron de pie, Amato se agachó y tomó la espada que estaba en el suelo, caminaron por las calles ahora un poco más iluminadas gracias a los primeros rayos de sol que comenzaban a brindar sus destellos. Llegaron hasta lo que parecía ser un pequeño establecimiento en bancarrota; la puerta de vidrio del local se hallaba entreabierta; Amato la abrió bien permitiéndole la entrada a Massimo. El polvo y las telarañas ocupaban gran parte de la “decoración”; uno que otro estante roto llenaba el lugar y al final, en la pared, una puerta de hierro negro y oxidada dejaba salir un pequeño resplandor; Massimo observó esa luz y se dirigió hasta ella, sintiendo algo muy diferente al miedo que estaba experimentando en ese momento. Andaba lentamente, con pausa, aunque su corazón comenzaba a latir rápidamente; el temor fue desapareciendo a medida que se acercaba a aquella puerta y sus ojos dejaron de ser blancos, para tornarse de nuevo marrones; su rostro cambió, parecía haber muerto y resucitado. A pocos pasos de la puerta, puso su mano en ella haciendo que se abriera y mostrara el hermoso bosque que ya Massimo había conocido.
Un poco más tarde los dos jóvenes se hallaban en el bosque encantado, aquella puerta se cerró y a pesar de que alguien pudiera abrirla de nuevo, no lo conduciría hasta aquel lugar.
—¿Te sientes mejor?- quiso saber Amato, al ver que Massimo ya había recuperado el color de sus ojos y la vida en su rostro.
—Me siento mucho mejor. – por la manera en la que hablaba, tal vez se hubiera podido pensar que en realidad no estaba bien, pero luego dijo algo más, algo que ayudó a Amato a entender lo que había pasado – el haberme sentido tan mal, fue extraño, tenía miedo, fue como si necesitara que alguien me protegiera, pero al saber que mis padres tal vez no estaban bien, sentía que debía ser yo quien acudiera a protegerlos.
—Y ahí está la diferencia entre tú y los demás.- dijo Amato sonriendo, miró a Massimo con cara de aprobación y continuó con su rápido andar.
Massimo no entendió muy bien por qué Amato había dicho eso, pero recordó lo que el cazador le había dicho “pronto tu valentía desaparecerá”; claro, eso era lo que el cazador quería, que su valentía desapareciera, pero en vez de eso, relució aún más. Cuando a pesar del miedo que éste había sembrado en él, Massimo sólo pensó en ir a cuidar a sus padres, tal vez ese era su fuerte, el hecho de ser valiente aún y cuando el miedo lo llegaba a invadir.
Después de llevar más de media hora caminando y sin volverse a dirigir la palabra, Massimo vio el roble donde vivían las hadas. Apresuraron el paso hasta llegar allá y Amato pronunció las palabras que servían de contraseña para acceder al árbol. Al entrar, hallaron a Breena ahogada en llanto, arrodillada frente a la pequeña y aún flamante chimenea, cubriéndose la cara con sus manos y se balanceaba de adelante hacia atrás; Mirela la consolaba tratando de calmarla en vano. Massimo se acercó a ella lentamente y colocándole las manos en los hombros le preguntó:
—¿Qué sucede, por qué lloras?
—¡Se la llevaron! ¡Se llevaron a Rosa!, las demás fueron a ver qué podían hacer para rescatarla, pero yo soy tan débil que decidieron dejarme aquí sola.
Mirela se sintió mal al escuchar eso.
—¡Oye, no te dejaron sola! ¡Estás conmigo!
—¡Sí, pero tú estás prácticamente amarrada a este árbol! Es obvio que me quedé contigo, tú igual no podías ir.
Mirela respiró profundo y volteó lo ojos.
—Eres una malcriada, nuestras amigas están en peligro y sólo piensas en que no te llevaron, estás aquí porque necesitaban a alguien que pudiera avisar de cualquier novedad y lamentablemente ese alguien no puedo ser yo, porque como tú dijiste: prácticamente estoy amarrada a este árbol.
Massimo y Amato asintieron con la cabeza al escuchar las palabras de la dríada, definitivamente esa hada se comportaba como una malcriada.
—Tranquila – dijo Massimo,- tu amiga tiene razón, no fuiste con ellas porque serías más útil quedándote aquí. ¡Fíjate! te encontramos y tú nos puedes guiar por el bosque para encontrar a las demás.
Breena, se calmó al escuchar a Massimo
—Y ... disculpa, pero también debo preguntarte ¿quién es Rosa?
El hada rompió en llanto de nuevo al percatarse de haber cometido un terrible error.
—¡No, no, no! ¡yo no debí decir su nombre, ahora todo será peor!
—Tranquila, no te preocupes, por esto que dices asumo que Rosa es una de tus amigas hadas, ¿no?
—Si, pero tú no deberías saber el nombre de ninguna de nosotras y yo ya te dije uno.
Massimo no sabía qué decirle para que se calmara y al mismo tiempo estaba deseoso por saber cuál de las hadas era Rosa, le había tomado cariño a todas, pero esperaba que no se tratara de aquella hada rubia, esa que parecía ser la líder y agregó:
—Necesitamos que te tranquilices, no hiciste nada malo, pues yo jamás le haría daño a ninguna de ustedes, ahora, debemos hacer algo para ayudar, cálmate y así podremos salir todos a buscar a Rosa.
—¡¡¡No digas su nombre!!!- gritó Breena con desesperación.
—Está bien, no lo volveré a hacer… Disculpa.
Amato estaba con los brazos cruzados, mirándolos como si fueran unos pequeños discutiendo por tonterías.
—Ya, debemos apresurarnos,... dinos ¿qué fue lo que le pasó a tu amiga?—preguntó Amato.
Breena lo miró y se secó las lágrimas, se puso de pie y caminó hacia él.
—Tú, nos metiste en más problemas- Le dijo con mirada desafiante.
Amato se sorprendió.
—¿Por qué lo dices, qué se supone que hice que las afectara?
—Más bien, ¿qué no hiciste?
Amato se mostraba confundido y Massimo los veía con curiosidad.
—No sé por dónde entraste a nuestro bosque – continuó Breena – pero debiste dejar esa entrada abierta, pues un par de extraños hombres, con vestimenta parecida a la tuya, aparecieron por aquí—Breena hizo una pausa como queriendo ver su reacción a lo que acababa de decir, pero Amato parecía no entender —pues bien, al principio pensamos que eran amigos tuyos, pero después de que nos sacaron información nos comenzó a caer encima un polvo negro, debía provenir de ellos, nuestras alas perdieron su brillo y comenzamos a sentirnos débiles, entonces debimos quedarnos dormidas o desmayarnos, pero cuando abrimos los ojos, ya Rosa no estaba, estoy segura de que ellos se la llevaron y también estoy segura de que vinieron de tu mundo de guerra y pelea.
Amato seguía estando confundido y sólo pudo decirle:
— En mi mundo, el único sobreviviente fui yo.
Breena se quedó pasmada, sus ojos se veían mucho más grandes que de costumbre, de pronto su hipótesis de que éstos hombres vinieran del mismo lugar y por el mismo portal que Amato, se desvaneció, ¿cómo entonces, habían logrado entrar al bosque encantado?
—El lugar del que vengo sí es de guerreros, pero no entré a este bosque por un portal. Nosotros los guerreros protectores cuando viajamos solos no necesitamos ningún portal para poder llegar a donde queramos, pero si estamos acompañados por otra persona que
no sea de nuestra raza debemos utilizar un portal creado o vigilado por alguien, así como el que tú y tus amigas hicieron para Massimo y para mí y además, algo que tú deberías saber acerca de los portales, es que sólo le permiten la entrada a las personas para quienes lo crearon. Dices haber visto a dos hombres que vestían igual que yo, pues no soy el único que usa chaqueta y pantalón, entiendo que aquí no sea muy común esta ropa, pero en otros lugares sí.
Breena salió de su asombro y reaccionando rápidamente a las palabras de Amato le dijo a éste:
—Yo he estado en otros mundos y sé que esa ropa es de lo más normal, pero ellos no sólo vestían como tú, también llevaban armas como las tuyas, con ese sello de escudo y letras extrañas.
Una mirada de esperanza se reflejó en los ojos de Amato, si eso que decía el hada era cierto, entonces, su raza no quedó destruida por completo, pues esas armas no las podían portar más que ellos.
—Entonces te digo, que si tu amiga Rosa está en compañía de esos dos hombres, nada malo le ocurrirá.
—¿Y ese polvo negro de dónde salió, por qué nos desmayamos?
—No sabría darte esa respuesta, pero lo que si sé es que los guerreros protectores, solo ayudamos, nunca dañamos.
Massimo había estado escuchando con atención y tenía una idea acerca de ese polvillo negro.
—Oigan, aquella noche cuando fuimos a enfrentarnos con el demonio nocturno, la que ustedes llaman “la sinzienele” esparció un poco de un polvillo negro sobre las alas de las dos hadas que me acompañaron, lo hizo para que el brillo de sus alas no nos delatara. Recuerdo que el hada rubia le preguntó a la sinzienele de dónde lo había sacado, pero ella no creía que era el momento para dar respuestas. Creo que al primer lugar al que deberíamos ir es con la sinzienele.
Sin siquiera pensarlo, Breena salió del roble y apresurándolos desde afuera les dijo:
—Vengan entonces, rápido. Sabía que no debíamos confiar en esa sinzienele.
Antes de irse Massimo miró a la dríada, estaba pegada al tronco del roble, su piel era tan parecida a la madera del árbol que podía pasar inadvertida.
-Adiós… Cuídate. – le dijo éste a Mirela.
-Tranquilo, cuídense ustedes, yo estaré bien aquí con mi hermoso árbol.
Massimo sonrió y corrió detrás del hada y de Amato quienes ya habían salido del roble.
Caminaban muy rápido, los dos jóvenes podían escuchar al hada hablando entre dientes, parecía estar muy molesta; movía los brazos como si estuviera discutiendo con alguien, no dejaba de hablar de lo mala que fue la idea de pedirle ayuda a esa hada y por lo distraída que iba no notó que Amaru venía hacia ellos, a propósito, esta aceleró el paso y chocó con la distraída Breena.
—Tú, eres…- la voz de Breena había perdido por completo su dulzura tenía actitud desafiante y estaba realmente enfadada.
—Yo soy lo mejor que les ha pasado, lo sé, lo sé. – La sinzienele hablaba con su acostumbrado tono pedante. Observó a Massimo y a Amato de arriba a abajo y agregó. –Hoy estás muy bien acompañada, ¿no linda?
Breena no dejaba de mostrar su enojo, pero fue Massimo el que se acercó a la sinzienele y le habló con calma y sin rodeos:
—¿Tú lanzaste ese polvillo negro encima de las hadas cuando estaban con los dos guerreros?
Amaru por primera vez se mostró desconcertada y preocupada, pero tratando de disimularlo le habló con tono de burla:
—Uy si, el polvillo negro que sólo puede tener el hada mala. . . ¡no!,yo no les arrojé nada, sólo lo hice aquella vez en la noche para que no nos vieran. ¿Por qué lo dices pequeño héroe?
Massimo se llevó las dos manos a la cabeza, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, tomó aire como para reincorporarse y le hizo otra pregunta:
—Por favor, dinos quién te dio ese polvillo negro, sé que tú no lo produces porque si no aquella vez el hada que me acompañaba no te hubiera preguntado de dónde lo sacaste.
-—Sí, muy bien, no sólo eres valiente, también prestas atención a los detalles. No me siento orgullosa de esto… pero… lo robé— dijo mientras se enroscaba un mechón de cabello entre los dedos.— Se lo quité a un tonto duende que no iba a saber utilizarlo.
-—¿Entonces son los duendes los que tienen ese polvillo?
-—No, ellos también se lo robaron a alguien.
-—¿Sabes a quién? – preguntó Massimo queriendo obtener una respuesta rápida.
La sinzienele abrió la boca para responder, pero luego se arrepintió, cerró los ojos cómo queriendo encontrar la mejor manera de decir lo que tenía pensado y aún con dudas habló:
—Primero… debo decirles… lo que hace el polvillo—suspiró— Es un catalizador o bloqueador de magia, por eso se lo quité a los duendes. Hay que saber utilizarlo... Por ejemplo, aquella noche... yo sólo quería bloquearles la magia de las alas; usé la cantidad necesaria y eso fue lo que pasó, si hubiera utilizado más de eso, seguro hubiera podido bloquearles toda la magia, dejarlas sin energía o hasta hacer que su parte más mágica, sus alas, desparecieran. Para devolver la magia debes utilizarlo una segunda vez y así aparecerá de nuevo, pero para que esto pase quien lo haga debe ser el mismo que lo hizo la primera vez. Lo verdaderamente malo de este polvillo, es que quien lo tenga, muy pocas veces lo utilizará para el bien de otros, si se usa una sola vez en alguien y no se esparce la segunda porción, todo ese poder le pertenecerá a quien lo usó, así que en realidad no será un bloqueador, sino un arrebatador de magia. Sé, que quien lo producía ya no existe, pero también sé a quién se lo dejó. Es una… bruja, dicen que vive cerca de la cascada de las respuestas, ella suele merodear por el bosque en las noches, supongo que los duendes le quitaron el polvillo en una de sus visitas. Debió ser ella la que les lanzó el polvillo…- y lanzándole una mirada a Breena agregó - y veo que tus alas aún no brillan.
Todos escucharon atentos, pero Breena consiguió un cabo suelto en la historia
—¡Qué bien! nos dijiste cómo funciona –Breena le hablaba a Amaru ofreciéndole una mirada que parecía atravesarla- pero la parte de cómo lo adquiriste no es cierta, ni eso de que el resto lo tiene una bruja, por favor, aquí no han habido brujas desde hace mucho y si hablas de esa cascada, pues ahí es donde dicen que viven las otras sinzieneles como tú. De manera que si es así, ellas lo compartieron contigo y son ustedes las que quieren quitarnos la poca magia que nos queda a todos.
Amaru se quedó callada por un momento y luego sólo le pudo decir:
—Piensa lo que quieras—y se alejó de ellos.
Amato y Massimo la vieron alejarse, Breena en cambio ni quiso voltear para ver a dónde iba, sólo continuó su camino que ahora los llevaría a la cascada de las respuestas. Massimo sentía que la sinzienele había sido sincera, pero no entendió por qué se quedó callada cuando el hada le había dicho que ella y otras más querían arrebatarle la magia a todos, si fuera así, pensó Massimo, le habría quitado toda la magia al hada en ese momento.




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