En Busca de Sirius: Las Puertas de DoorVille
- rafaelaescribe
- 27 jul 2019
- 13 Min. de lectura
Actualizado: 16 ago 2019
Capítulo 1
Un chico Normal
Massimo tenía 15 años, como todo chico de su edad, iba a la escuela secundaria, jugaba videojuegos con sus amigos, también era bueno en el fútbol y adoraba tocar su guitarra. Llevaba la rutina que cualquier adolescente suele llevar. Lo único que lo hacía diferente (algo que sólo él podía notar) era el sueño de todas sus noches: soñaba que caminaba por un sendero de estrellas, uno que parecía infinito, pero en algún lugar del camino, las estrellas comenzaban a desaparecer y él caía. En ese momento despertaba. ¡Cada noche igual!... pero aún no entendía por qué le asustaba tanto ese sueño si, de hecho, antes de irse a dormir sabía que lo tendría. Desde que tenía memoria veía esa imagen en sus sueños.
Otra cosa que parecía ser un en déjà-vu su vida, era el hecho de que cada mañana su madre debía apurarlo para ir a la escuela:
—¡Massimo, apresúrate que el transporte ya está por llegar!
Realmente aún le costaba levantarse temprano para llegar pronto, a pesar de tantos años yendo a la escuela. Sin embargo, lograba estar listo en el momento justo.
Aquella mañana no fue la excepción:
—¡Te lo dije!... ya el trasporte está por llegar, vamos, baja a desayunar algo jovencito—le reclamaba su madre. Ella sabía lo que era ser paciente, pues pensaba que toda madre con un hijo adolescente debía aprender a tener la paciencia necesaria a menos que quisiera terminar con un pie en el manicomio.
El chico llegó corriendo e hizo un breve “slide” para detenerse frente a su mamá.
—Listo, ¿lo ves? no tardé nada, mamá. Me dará tiempo de comer y hasta de jugar un poco de video…
La bocina del autobús sonó tres veces.
Su madre sonrió y le dijo con tono calmado:
—Pues... creo que sólo te dará tiempo de desayunar pero dentro del autobús pues ya esta afuera esperando por ti, como siempre-- y le dio un beso al final.
—Bendición mamá, nos vemos más tarde.- se despidió Massimo tomando el desayuno ya guardado. Para ella resultaba común el que no lo comiera en casa.
En el autobús, el joven compartió su desayuno con otro chico, Joseph, su inseparable amigo de la infancia. Los dos parecían hermanos. Massimo tenía una buena estatura y un cuerpo atlético, gracias a los entrenamientos diarios de fútbol; de ojos marrones, cabello castaño claro un poco largo. Joseph, tenía el cabello más oscuro que el de Massimo y, contrario a éste, no mantenía un cuerpo atlético sino un tanto regordete ya que no practicaba ningún deporte, pero era el mejor jugador de videojuegos. Su miopía le obligaba a usar lentes y usaba unos con montura cuadrada. Los dos se contaban entre los mejores de la clase, aunque siempre había algún profesor que, según ellos, “les hacia la vida imposible”. Ese año, en particular, el profesor de ciencias “se las tenía dedicada” y no lo podían ver ni en pintura.
—Hoy es la prueba de ciencias, creo que no me irá muy bien.- dijo Joseph preocupado.
—Tranquilo, no creo que sea tan difícil, además ya tenemos la materia pasada, no con las mejores notas, pero no hay de qué preocuparse.
Massimo solía tomarse las cosas con calma, tal vez heredó esa tranquilidad y paciencia de su madre, su padre era diferente, siempre preocupado por el trabajo, las finanzas y porque todo fuera perfecto.
Esa mañana transcurrió como cualquier otra: tuvieron clase de historia y de matemáticas; presentaron la prueba de ciencias y pronto estuvieron listos para las prácticas de fútbol. Bueno, Massimo lo estaba, Joseph en cambio, se sentaría en la banca acompañado de su videojuegos portátil.
Massimo entró al campo y comenzó su entrenamiento. A pesar de que había empezado a llover los jóvenes practicantes no le prestaron atención y continuaron. Sin embargo, la lluvia cada vez caía más fuerte, el cielo se iluminaba por continuos rayos amenazantes, por lo que decidieron dejar el campo y resguardarse bajo techo.
Al darse cuenta de que no dejaría de llover, fueron a los vestidores para cambiarse y en poco tiempo ya merodeaban por los pasillos de la escuela sin mucho que hacer.
Todos estaban sorprendidos, nunca había llovido de esa manera; los directivos de la escuela decidieron que mejor dejarían a los niños dentro del colegio hasta que la tormenta pasara. Afuera las calles estaban inundadas de agua y la lluvia caía tan torrencialmente que no se podía ver mucho; los rayos eran continuos con todo el aspecto de una tormenta eléctrica.
Joseph dijo que iría al comedor a ver qué conseguía y Massimo se sentó en el piso, recostándose de una pared cercana a la biblioteca. Al verlo ahí recostado, una chica se le acercó. La muchacha poseía una llamativa belleza con sus labios pequeños y delgados, ojos verdes, cabello liso y castaño hasta los hombros; se veía muy delicada y llevaba abrazados contra su pecho una gran cantidad de libros.
—¡Hola, Massimo! ¿qué pasa, te vas a quedar dormido aquí en medio del pasillo?
El joven se despegó automáticamente de la pared.
—¡Hanna! ¡Hola! ¿Cómo estás?--contestó asombrado y nervioso—Eh, pues...no!, la verdad no creo que sea el mejor lugar para tomar una siesta, a menos que quiera despertar con la cara pintada o algo así.
—Pues sí, seguramente algo así te pasaría si Leo te consiguiera durmiendo en el pasillo.
De un brinco Massimo se levantó del suelo.
—Déjame ayudarte con esos libros—dijo tomando todos los libros que Hanna sostenía —veo, que has estado estudiando mucho.
—Pues sí, pero también estoy leyendo otro tipo de libros, no sólo historia y gramática.
—¿Cómo tienes tiempo para leer otra cosa? yo apenas puedo con los temas de la escuela
—Bueno, pero tú practicas fútbol y ves clases de guitarra, yo en cambio no hago mucho más, mis padres no soportan la idea de que me enfoque en otra cosa que no sean los estudios, así que bueno, al menos me puedo escapar a una aventura sin necesidad de salir de mi casa.
—Sí, te entiendo.
Massimo ya no tenía mucho que decir, cada vez que Hanna se le acercaba él se quedaba corto con las palabras; siempre le había parecido la chica más linda de toda la clase, además, o mejor dicho: la más linda de toda la escuela.
—Bueno, mejor me voy – dijo ésta estirando los brazos para que Massimo le devolviera sus libros.
—No, Hanna, espera. Eh. . . no tenemos mucho que hacer ahorita. . . ¿No te gustaría...? no sé.¿.. hablarme un poco de eso de lo que has estado. . . leyendo?
Por primera vez, él se atrevió a pedirle que se quedara. Normalmente cruzaban unas cuantas palabras y luego ella se iba sin permitir otra cosa que él pudiera pensar y decirle. Ella parecía haberse alegrado por aquella propuesta de quedarse:
—Pues, sí, claro. . . no veo por qué no—respondió Hanna con voz nerviosa. Verás, este libro habla de los dioses de la mitología griega. Ahora estoy leyendo acerca de Astrea. Ella, al igual que muchos otros, es hija de Zeus, y es diosa de las estrellas. Algo me ha llamado mucho la atención y es que aquí hablan de un lugar que ella resguarda: ‘‘El Camino Dorado’’, es un camino hecho de puras estrellas. Al parecer, primero son puras estrellas que están cada una por su lado hasta que ella lo invoca o algo, ahí es cuando todas se unen y hacen que nazca el camino dorado.
—Espera— le interrumpió el chico con asombro— ¿me dices que es un camino de estrellas?
—¡Sí, y me parece fascinante! Me pregunto si alguna de las cosas que he leído pueden llegar a ser verdad.
—Te va a parecer loco esto, pero ¿sabes? yo siempre, desde que era muy pequeño he soñado que camino por un lugar hecho de estrellas. Es un camino que parece interminable y llega un momento en que las estrellas comienzan a separarse y a pesar de que corra sin detenerme, igual caigo, es un sueño que se repite cada noche.
—¡Qué extraño, en verdad! Será que alguna vez tu madre te leyó algo acerca del camino dorado y bueno, creaste este sueño.
—Sí, tal vez algo así sucedió.
Pero Massimo se sentía seguro de que esa no era la razón. Su mamá sí le había leído y contado muchas historias cuando era niño, pero jamás algo acerca de dioses de la mitología ni nada por el estilo. Continuó hablando con ella intentando hacerle ver que no le había afectado lo del camino dorado, pero en realidad no podía dejar de pensar en eso.
Joseph había pasado por ahí dispuesto a sentarse de nuevo con su amigo pero al verlo conversando con Hanna prefirió dejarlos solos. Sabía lo que Massimo sentía por ella.
Como la lluvia no había parado, se les hizo tarde en la escuela. Pero apenas escampó un poco, todos los padres fueron a retirar a sus hijos a fin de mantenerlos a salvo en casa ya que habían pronosticado más lluvia y tormentas eléctricas continuas.
Al llegar a su casa, Massimo se metió en su cuarto y decidió investigar acerca del camino dorado, pero realmente lo único que consiguió fue leer la misma historia narrada por Hanna. Se asomó por la ventana y se quedó observando el temible espectáculo de lluvia, rayos, truenos… y, de repente, una estrella que parecía ser “fugaz” aunque había pasado muy lento para que se tratara de una verdadera estrella fugaz. Massimo la siguió con la mirada, brillaba en extremo e iba dejando una estela al pasar. Hizo el intento de filmarla con su celular, pues aún permanecía ahí, cruzando lentamente el oscuro cielo. Pero sólo podían captarse el cielo oscuro con los intermitentes rayos, sin rastros de la estrella que él sí podía ver paseando frente a sus ojos. Finalmente la estrella desapareció y él, decepcionado, se fue a la cama. Esa noche, como nunca otra, estaba seguro de volver a soñar con el camino de estrellas y ahora mucho más después de la historia que había escuchado. Se dejó arrullar por el sonido de la lluvia, cerró sus ojos y pronto se durmió.
Capítulo II
Advertencia
—¡Hola, mamá, bendición!
Massimo bajaba las escaleras de su casa ya vestido para la escuela y con su bolso en la espalda.
—Massimo!, ¿en verdad estás despierto? - bromeó su madre, aunque en verdad estaba sorprendida por verlo despierto tan temprano.
—Si mamá, aquí estoy, muy despierto.
—Dios te bendiga hijo. Bueno, ya que estás despierto ayúdame con el desayuno.
—Oh, sabía que me pedirías algo así…- dijo el chico con cara de fastidio.
—Bien, si lo prefieres, lava los platos…
—No mamá, el desayuno está bien, haré unos sándwiches.
La mamá de Massimo sonrió y le dio un beso en la mejilla a su hijo.
—¿Y ese milagro? ¿Cómo es que te levantaste antes de que llegara el autobús?
—No exageres mamá, no acostumbro a levantarme tan tarde.
—Sí, sí, como tú digas.
—¡Buenos días a todos!- era el papá de Massimo quien ahora bajaba las escaleras.
—¡Bendición papá, buenos días!
—Mi hijo decidió levantarse temprano hoy.
—Pero es que acaso me ven como un flojo que nunca podría estar despierto a las siete de la mañana.
—Para serte sincero… Sí, así te veía… ¡Hasta hoy!
—Bueno, bueno, no tuve una buena noche.
—Ya, dejémoslo tranquilo y aprovechemos el momento, mira nos está preparando un rico desayuno.- dijo su mamá.
Los tres desayunaron y conversaron hasta que llegó el autobús, en donde Joseph como siempre tenía un puesto apartado para su amigo.
—No me contaste cómo te fue ayer con Hanna.- le dijo Joseph con interés.
—Fue genial, estuvimos hablando como dos horas seguidas.
—Y… ¿te atreviste a decirle algo?
—Joseph, por favor, primera vez que sostengo una conversación real con ella, ¿cómo le iba a decir algo de eso?
—Tienes razón…—dijo Joseph encogiéndose de hombros. —Oye, esta es una nueva ruta, seguro recogerá a alguien nuevo.
—No… - dijo Massimo quedándose boquiabierto.
—¿No, qué?
—Hanna…—respondió Massimo señalando con el dedo hacia la parada de autobuses.
Joseph miró a donde el chico le había mostrado y le dijo con una sonrisa en la cara:
—Eres un suertudo…
—Lo seré si te vas a otro puesto para que ella quede a mi lado.
—Tranquilo amigo, sé lo que debo hacer. Buena suerte… —y Joseph rápidamente se cambió de asiento, quedando así disponible solo el puesto donde estaba Massimo.
Hanna entró al autobús, además de su bolso, llevaba abrazados también la acostumbrada pila de libros que siempre tenía.
—Hola Massimo, ¿puedo sentarme a tu lado? –preguntó nerviosa la chica.
—Claro que sí, además, creo que es el último puesto.
Ella sonrió.
—Sí, me temo que así es.
Massimo sentía como sudaban sus manos, quería hablar de algo, de lo que fuera, pero los nervios lo dejaban mudo.
—Anoche tuve sueños raros —dijo Massimo mientras Hanna lo miraba extrañada.
El chico pensó que había metido la pata, así que luego aclaró:
—Quiero decir, por las historias de las que me hablaste, de la mitología, Zeus, Morfeo, todo eso…
—Ah, te entiendo… —dijo Hanna sonriendo.
Massimo adoraba esa sonrisa. La miró con deleite y luego sintió que había puesto cara de tonto, así que miró para otra parte, cerró con fuerza los ojos y suspiró.
Hanna también estaba nerviosa (por eso no hablaba mucho). Ella siempre había considerado muy apuesto a Massimo, pero después de haber hablado con él el día anterior, se sintió atraída de verdad.
—A veces yo también tengo sueños de ese tipo—dijo ella al notar que Massimo estaba incómodo por el silencio. —Eso ocurre normalmente después de leer sobre esas cosas.
Los minutos se les hicieron interminables, ninguno de los dos sabía cómo entablar una conversación sin desconcentrarse al sentir esas cosquillitas en la boca del estómago. ¿Cómo se supone que podrían conocerse si esas tontas cosquillas no los dejaban ni pensar?
El autobús se frenó, habían llegado a la escuela. Todos se bajaron y Hanna y Massimo se despidieron con un simple y unísono: “Hasta luego”.
—¿En serio?, no le dijiste nada. – le reprochó Joseph.
—No es fácil, ella me evitó.- dijo Massimo, pues en verdad pensaba que Hanna lo había evitado.
—No, yo creo que tú te quedaste mudo.
—Olvídalo, sé que mañana tendré más valor para hablarle.
—Sí eso es lo que te falta, valor y… temas de conversación…
Massimo le chasqueó los dientes a su amigo y le dio un leve empujón.
—A que no te atreverías ni a acercártele a una chica que te guste. –lo retó Massimo.
—Me estás subestimando. ¡Claro que puedo hacerlo!
—Aún no te he visto hablando con Ángela.
Aquel comentario hiyo que Joseph se sonrojara:
—Es que… ella… bueno… yo la he visto con Leo, ¿cómo compito con alguien de su tipo?
—Si, a veces quisiera ser como él… es un idiota, de eso no hay duda, pero todas las chicas se babean por él.
—Que suerte tienen los idiotas…- dijo Joseph con tono melancólico.
Se rieron y a la vez se sintieron mal por haber anhelado parecerse a Leo. Ya en clase, un profesor muy viejo cuyos lentes grandes y gruesos hacían que sus pequeños ojos se vieran inmensos y saltones, hablaba arrastrando las palabras, haciendo que cada frase tardara horas en ser terminada, o al menos, así lo sentían los alumnos.Massimo era uno de los que se dormían con los ojos abiertos en la clase del profesor Bening.
—La prueba que presentaron ayer, me dejó decepcionado…
—No era complicada, pero ustedes simplemente decidieron no estudiar —continuó el profesor. — Tengo una sola nota excelente, la de la señorita Johnson Hanna; dos estudiantes lograron un regular: Valente Massimo y Miller Joseph. Sin embargo, muchos otros fueron reprobados y unos pocos lograron, simplemente, pasar.
Massimo se animó al saber que había aprobado la prueba del día anterior, pero después de unos minutos más escuchando la lenta y aburrida voz del profesor, volvió a sentir sueño. No estaba dormido, pero sentía como si lo estuviera, todo a su alrededor estaba borroso y escuchó una voz lejana que le decía: ‘‘¡¡¡Massimo, cuidado!!!’’
Se estremeció al escuchar la advertencia, volteó con nervios a todas direcciones. Ninguno en el salón se dio cuenta del extraño comportamiento de Massimo, pues estaban arrullados con la voz del profesor Bening.
—Se han originado polémicas por la línea que divide las moléculas orgánicas de las inorgánicas…
—¡Joseph! — llamó Massimo en susurros a su amigo. —¿No escuchaste eso?
—¡Oye!, no soy el único que no escuchó. Es muy difícil escuchar a Bening hablar si su voz te hace dormir—dijo Joseph burlándose.
—No, no al profesor! Oí que alguien me decía que tuviera cuidado.
—Pues yo le tendré que decir que tenga cuidado, pues si no está atento a la clase, seguro no tendrá tanta suerte en el próximo parcial.
Massimo alzó la mirada y vio al profesor parado a su lado mirándolo con esos extraños ojos saltones. El chico sintió un frío que le recorrió todo el cuerpo, no era normal que le llamaran la atención en medio de una clase. De inmediato, Massimo buscó con la mirada a Hanna. Ella también lo miraba y entonces el frío fue suplantado por esas molestas cosquillas que le nublaban la mente y le cortaban las palabras.
—Disculpe profesor… tiene razón, me distraje por un segundo… no volverá a ocurrir—dijo con timidez.
Continuaron con la clase y después de haber sentido tantas experiencias juntas, el chico no dejó de estar atento a cada palabra del profesor.
—Qué fue eso? —Preguntó Joseph cuando salieron de la clase— al menos podías hablar con más fluidez.
—Sí, es que me vuelvo tartamudo al ver a Hanna…
—Ese no era Hanna, era Bening. – se burló Joseph.
—No seas bobo, sabes de qué te hablo… Pero, eso no es lo importante, en verdad escuché que alguien me llamaba.
—La clase del profesor Bening le provoca alucinaciones a cualquiera. Ya déjate de tonterías y vamos a comer, muero de hambre.
Aun cuando el comentario de Joseph le produjo gracia, Massimo tenía plena certeza de haber escuchado aquella advertencia y el hecho de que la noche anterior hubiera escuchado la misma voz advirtiéndole que tuviera cuidado lo puso más nervioso.
Camino al comedor, Joseph se distrajo leyendo un letrero donde invitaban a participar de un torneo de videojuegos, acción que provocó un choque inesperado con Leo, el capitán del equipo de fútbol. El atlético capitán, que llevaba su negra cabellera sostenida con una cola, con su mirada siempre intimidante atacó al muchacho, dándole a demostrar un profundo desprecio.
—Leo, ¿cómo estás? – dijo nervioso el chico.
—No muy bien, ahora que acabo de tropezar con un estúpido que no ve por dónde camina.
—Eh, sí, bueno, disculpa, estaba leyendo eso…
—Mejor aléjate… idiota.
Leo se fue y Massimo le dio unas palmadas en la espalda a su amigo.
—No le hagas caso, sólo ladra pero no muerde. No puede hacerlo si no quiere perder su puesto como capitán del equipo.
—Ya se lo debieron haber quitado, por llevar el cabello largo como mujer —dijo Joseph tratando de darse ánimos.
Llegaron al comedor. Joseph aun estaba pálido por su encuentro con Leo y Massimo seguía buscando a Hanna para hablarle. Debía hacerlo, debía mantener ese contacto después de conseguir hablarle sin temor; no podía alejarse ahora. Si se conformaba con sólo una conversación, nunca lograría nada.
Cuando finalmente la encontró, dejó solo a su amigo e intentó sentarse junto a la hermosa chica.
- —¡Hanna, hola!—saludó y ella lo miró nerviosa.
—Ahora siempre nos conseguimos… - dijo ella sin poder disimular la sonrisa.
- —¿Y crees que eso es bueno?
Hanna agachó la mirada tratando de esconder su sonrojado rostro.
- —Porque la verdad, a mi me agrada, pero no te quiero incomodar.—agregó Massimo.
- —¡No!, no me incomodas. –replicó ella rápidamente mientras se hacía a un lado para dar espacio junto a ella al muchacho. – Ven, siéntate, podemos comer juntos.
Massimo no lo podía creer, había podido combatir los nervios y finalmente estaba sentado junto a Hanna, compartiendo las papas fritas y la malteada de chocolate, hablando de todo un poco y sintiéndose como en el aire.
Al finalizar las clases, volvieron a sentarse juntos en el autobús. Massimo llegó a casa deseando que pronto amaneciera para poder ver de nuevo a su futura novia.
Cenó con sus padres, quienes al darse cuenta del cambio de ánimo de su hijo, le preguntaron por las novedades en la escuela, pero éste se negó a contarles las que eran realmente importantes para él. Subió a su habitación y se lanzó en la cama, al cerrar los ojos recordó la estrella que había visto la noche anterior y en ese momento sintió un hormigueo en todo el cuerpo, no podía abrir los ojos ni mover un solo músculo, trató de gritar para pedirle ayuda a sus padres pero tampoco pudo hacerlo, entró en pánico, pues sentía que no tenía control sobre su propio cuerpo. Su mente quedó en blanco y cuando por fin se resignó…




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